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26 abril, 2024

Cultura

Hasta el káiser se quitaba el sombrero ante Porfirio Díaz

CIUDAD DE MÉXICO. 

El 2 de julio de 1915, hace 104 años, murió Porfirio Díaz, expresidente de México. 

En memoria del político llamado dictador, y quien ha sido presentado ante la historia moderna como un ángel o un demonio; en textos diversos se remarca el respeto que en Europa se le tenía: 

Al visitar el Museo de los Inválidos en París, ciudad a la que llegó exiliado en julio de 1911, el general Porfirio Díaz (1830-1915) fue escoltado por el general Gustave Leon Niox, director del recinto, hasta la tumba de Napoleón Bonaparte, a quien el ex presidente mexicano admiraba.

De pronto, Noix sacó la espada que Bonaparte usó en 1805 durante la Batalla de Austerlitz, y la colocó en manos de Díaz, quien emocionado dijo que no merecía tocarla; a lo que el francés contestó: “Nunca ha estado en mejores manos”.

En otra ocasión, narra Rafael Tovar y de Teresa, el hombre que dirigió el destino de México durante 30 años (1876-1910) fue a Berlín. “Estaba en unas carreras de caballos y el káiser Guillermo II de Alemania se enteró de su presencia y mandó a alguien para que lo llevara a su palco, porque lo quería saludar. Llegó don Porfirio y, a la usanza de la época, se quitó el sombrero. Y el káiser le respondió de inmediato: ‘Por favor, de ningún modo, soy yo quien tiene que descubrirse ante un gobernante tan grande y un hombre tan importante para América’”.

Estos dos episodios muestran el respeto con el que se percibía a Díaz en Europa y cómo el político oaxaqueño vivió plenamente los últimos cuatro años de su vida, tras renunciar a la presidencia de su país.

Hasta el káiser se quitaba el sombrero ante Porfirio Díaz

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“Fue un hombre vigoroso hasta el último momento. En Francia, diariamente montaba a caballo en el bosque que estaba cerca de su casa y a sus más de 80 años tuvo aún ánimo para viajar a Egipto”, afirma el autor del libro El último brindis de don Porfirio (Alfaguara).

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En el marco del centenario del fin del porfiriato, que se conmemora el próximo 25 de mayo, día en que el Congreso aceptó la renuncia del ex abogado liberal, Tovar y de Teresa y el escritor Pedro Ángel Palou, autor de la novela Pobre Patria mía (Planeta), dedicada al dictador, reflexionan sobre sus últimos días en el poder y coinciden en que la fortaleza y el prestigio lo acompañaron hasta la muerte.

“Gozó de un enorme prestigio internacional. No se escondió en una casa en París. Se mantuvo siempre en movimiento. El día que murió (2 de julio de 1915), inmediatamente, de la casa presidencial francesa mandaron a unos militares para que todo el tiempo hicieran guardia al cadáver de Díaz”, agrega Rafael Tovar.

El promotor cultural e internacionalista afirma que, aunque el último gran evento de Díaz fue el festejo del centenario de la Independencia, el militar que pacificó y modernizó a la nación tras casi 70 años de guerra civil y dos intervenciones extranjeras siguió tomando decisiones enérgicas tras el estallido de la Revolución mexicana el 20 de noviembre de 1910.

“En diciembre de 1910 tomó posesión por última vez de la presidencia, pues el 21 de agosto de ese año fue proclamado primer mandatario hasta el 30 de noviembre de 1916. Organizó el festejo a la Virgen de Guadalupe. Renovó su gabinete. No le dio la importancia debida a la rebelión de Emiliano Zapata en marzo de 1911. Fue hasta la toma de Ciudad Juárez, en mayo, que pensó en la renuncia”, detalla el ex coordinador de la comisión federal que organizó el año pasado los festejos del bicentenario de la Independencia.

Pedro Ángel Palou ratifica por su parte que Díaz siguió fuerte hasta el final. “La sordera no era total y la enfermedad era sólo una infección dental, una postemilla que debía operarse, pues le causaba unos dolores terribles y la medicina le producía alucinaciones.

“Díaz osciló, realmente, esos últimos meses. Compró armas en Francia, intentó pactar con los revolucionarios e incluso quiso ‘encabezar él mismo la revolución’, significase eso lo que significase. Creyó que podría detenerla, pero luego se dio cuenta que todos los que se alzaban eran antiguos porfirianos. Madero a la cabeza, claro, pero también Obregón y Carranza”, detalla.

Así, la noche del 23 de mayo de 1911, en su casa de Cadena 8 (hoy Venustiano Carranza), redactó su renuncia alentado por su esposa Carmen Romero Rubio, documento que entregó al Congreso y fue aceptado el día 25. Se nombró a Francisco León de la Barra como presidente interino.

“Manda la renuncia a los diputados no con la esperanza de que se la nieguen. Sabe que la aceptarán. Lo que sí es una sorpresa y acelera su salida es el furor popular inicial que causa la noticia”, añade el novelista e investigador.

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Díaz sale escoltado el 26 de mayo hacia el puerto de Veracruz, donde el día 31 de ese mes se embarca en el Ypiranga, un buque alemán, hacia las costas de Burdeos. “Las emociones debieron ser contrastantes: gente que lo despedía con lágrimas en los ojos, como a un patriarca, y el dolor de que le daban la espalda para siempre. Serán cuatro años y medio en el exilio muy dolorosos mientras ve que el país se desmorona”, apunta Palou.

El general murió en París, y sus restos se encuentran en el cementerio de Montparnasse. “Si vas a su tumba ves que hay flores limpias todos los días, que los mexicanos le llevan, y le escriben cartas pidiéndole favores. El fervor popular no ha disminuido a pesar de que lo han pintado como villano”, destaca el académico.

“Su gran error”, aclara, “es que no creía en el ciudadano, sino en el pueblo, al que consideraba iletrado, analfabeta, inmaduro, que debía ser guiado. Si hubiera creído en los ciudadanos se hubiera retirado a tiempo y sería el gran héroe de México”, concluye.

Los acontecimientos más importantes previos al exilio de Porfirio Díaz, que ocurrió hace un siglo:

El 16 de mayo de 1911 comenzaron los grandes saqueos, fusilamientos y desórdenes en diversos lugares de Ciudad Juárez, Chihuahua, que había sido tomada el 8 de mayo por los revolucionarios al mando de Pascual Orozco y Francisco Villa. Con sus casas de adobe dinamitadas y sin electricidad ni agua, los pobladores padecieron horrores hasta el 29 de mayo, a pesar de que Francisco I. Madero estableció su cuartel general en la Aduana, donde permaneció hasta el día 21, cuando se firmaron los Tratados de Ciudad Juárez.

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