Eran las 22:00 horas del viernes en Ucrania y Matías Almeyda recibía una llamada desde México, era la de un directivo del Rebaño. No era para anunciarle un refuerzo, ni para decirle que no se vendería a Rodolfo Pizarro, el técnico más ganador de Chivas, después del Ingeniero de la Torre, no daba crédito de la llamada desde el otro lado del mundo.
El directivo del otro lado de la bocina le ofrecía dejar el cargo de Chivas de común acuerdo. La directiva se ahorraría así la liquidación al ‘Pelado’ y el argentino no tendría que pagar la penalización por dejar el cargo.
Pero de inmediato Almeyda rechazó la “oferta”, el argentino esperaba la final de la Champions, analizaría en vivo al próximo rival de Chivas en el Mundial de Clubes y le estaban invitando a dejar el puesto.
Almeyda era un cúmulo de emociones, estaba triste, enojado y desgastado. Le dolía que le propusieran una salida de común acuerdo, como si él quisiera irse de Chivas. Almeyda no aceptó, ni pidió prórroga, simplemente él tiene contrato y la postura del argentino desde Kiev, era la de si no me quieren en el club, pues córranme.
Almeyda sabía que no invertirían grandes cantidades por refuerzos. “Sólo pedí un lateral derecho y un defensa central zurdo”, pero ni eso. Al contrario, Almeyda pidió cuatro refuerzos y se topaba con que la base del título se había ido, no había poder de negociación, Cota y Alanís estaban fuera, mientras que la dirigencia le informaba a Pizarro que no entraba en planes.
