Dicen que tiene “ayuda doméstica” dos veces por semana, que ella cocina, lleva a su hijo a la escuela y demás. Vestida de negro, cuarenta y ocho años si hacemos caso a las biografías que dicen que nació en 1969, Beatriz Gutiérrez Müller es una mujer de inmensa disciplina. Porque, además de llevar la casa, esos asuntos propios de su sexo, escribe.
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Ha publicado dos novelas, tiene un doctorado en algo que difícilmente se entiende sobre escritores de hace varios siglos, y ahora canta. Sí, canta, pero a Silvio Rodríguez, y una canción de letra difícil, que seguramente siente como un himno a lo que son, pareja de Andrés Manuel.
Lo que son, así en plural. Se antoja una definición compleja, singular cuando vivimos rodeados de “primeras damas” que viven en un planeta distinto al de sus maridos, que ni siquiera conocen los tiempos políticos como Juana Cuevas, la economista convertida en “pintora” que adelantó el “destape” de su marido José Antonio Meade cuando esperaban en Los Pinos la llegada del presidente Peña Nieto.
Beatriz Gutiérrez Müller ha publicado, con mi casa editorial: Planeta, dos novelas. La más reciente, “Viejo Siglo Nuevo”, de 2012 habla de Francisco Madero y la Decena Trágica. Lo que no es un pastel de chocolate que digamos.
Más que interesante el vídeo que circula en redes sociales donde Beatriz, que tiene un hijo, el cuarto de Andrés Manuel, de nueve años, canta profesionalmente, en un estudio de grabación, con el candidato presidencial de Morena al lado. Una voz privilegiada, pero destaca mucho más el sentimiento, la manera en que va recitando una letra muy subversiva que, también, se refiere al destino, a morir como se vive.
La profundidad. El ser pensante. La mujer convencida de planteamientos morales que van más allá de la política. Interesante en el sentido más amplio de la palabra.
La señora Gutiérrez de López estudió comunicación en la universidad iberoamericana de Puebla, un tiempo fue periodista, ha escrito cuentos y crónica además de las dos novelas. No utiliza alhajas, apenas la argolla matrimonial y seguramente debe tener una paciencia infinita para asumir su papel de esposa de quien lo es.
Vale la pena mirarlas a ellas. Para después no quejarnos amargamente. Ver quiénes son, qué las obsesiona, qué ambicionan. Analizar, sobre todo, si tienen, han tenido en su historia personal, capacidad de ser ellas mismas, de realizarse como mujeres y como personas. Porque eso, solamente eso, va a salvarlas de la parafernalia del poder.
Y, a nosotros, va a salvarnos de padecer un sexenio más de frivolidad… de frivolidad pagada con nuestros impuestos.