Por León Company
Columna Comunicado con valor: “El futuro ya no es occidental: México ante el desafío chino”.
Durante décadas, México se ha definido en función de Estados Unidos. Nuestras exportaciones, nuestros consumos, incluso nuestras aspiraciones políticas, han orbitado alrededor del modelo estadounidense. Pero mientras miramos con recelo a Washington y nos entretenemos con el debate electoral de nuestros vecinos del norte, un cambio histórico ocurre al otro lado del Pacífico: China se convierte, de manera silenciosa y contundente, en la superpotencia que reconfigura el orden mundial.
La periodista Sabina Berman lo dijo con claridad incómoda: “El futuro es China, y pocos lo saben”. Esta no es una frase alarmista; es un dato de realidad. En tres décadas, China ha sacado de la pobreza a 700 millones de personas. Ha levantado ciudades inteligentes, lidera la transición energética, controla cadenas logísticas y perfila tecnologías que pronto dominarán la inteligencia artificial y la biotecnología. ¿Y México? Seguimos atados a inercias que nos impiden mirar más lejos.
El debate no es únicamente comercial. Es político y cultural. ¿Qué pasa si el modelo democrático que hemos defendido, a veces con resultados mediocres, no es la única vía eficaz para garantizar prosperidad y orden? No se trata de renunciar a las libertades ni de romantizar el autoritarismo. Pero ignorar que hay otras formas de organizar un Estado, y que esas formas están dando resultados tangibles, es condenarnos a la irrelevancia.
China no es una potencia lejana. Es ya el segundo socio comercial de México, y su influencia se siente en la disponibilidad de productos, en la inversión en infraestructura y en la pugna silenciosa por los minerales estratégicos. Mientras tanto, nuestras élites empresariales y políticas (la ridícula oposición) prefieren repetir viejos dogmas. Creen que basta con vender manufactura barata o depender de la cercanía geográfica con Estados Unidos. No advierten que la economía global se mueve hacia Asia y que la política internacional ya no la define sólo Washington.
La pregunta de fondo es incómoda: ¿está México preparado para convivir con dos gigantes? ¿Podremos diversificar nuestras alianzas sin renunciar a nuestra soberanía? ¿O seguiremos atrapados en la idea de que sólo existe un modelo válido de modernidad?
El futuro no espera a quien se queda paralizado. China representa una oportunidad y un desafío monumental. Requiere visión, audacia y una capacidad política que no se limite a administrar lo heredado. Porque si algo es seguro es que el siglo XXI tendrá rostro asiático. Y México debe decidir si será un actor relevante o apenas un espectador distraído.
