El desastre financiero que heredó el gobernador de Quintana Roo, Carlos Joaquín González de la administración, Roberto Borge Angulo, -bandera de los agoreros del fracaso y enemigos naturales del actual régimen- han ido subsanándose en los 3 primeros años de su régimen, gracias a las decisiones oportunas y realistas del propio mandatario y de sus más cercanos operadores, y es que la recomposición de un esquema quebrado técnicamente por causas imputables a Borge y a su otrora titular de Finanzas y Planeación, Juan Pablo Guillermo Molina, -un pillo de siete suelas- ha sido de un remar cotidiano, porque dejaron a la entidad con un déficit presupuestario de más de 3 mil millones de pesos.
Sin embargo, a partir de que Joaquín González tomó posesión el 25 de septiembre del 2016, se lanzó a la tarea de rescatar a Quintana Roo a un puerto seguro, donde la viabilidad financiera tenía que ser el común denominador y debería significar el parteaguas de la nueva historia económica de la entidad.
Es cierto, la tarea del rescate ha sido ardua y nada fácil, máxime que Borge y su camarilla de bandidos se dedicaron a saquear al estado con abusos y excesos delineados –aunque lo niegue el propio ex gobernador- quien aprobaba todo lo que fuera benéfico para sus cuentas personales sin importarle que se dejara de pagar a decenas de proveedores.
Con esos antecedentes, ni el mago Mandrake podría “cirujear” los auténticos boquetes que dejó el borgismo en los 5 años y 5 meses de desgobierno y corrupción que lo caracterizó.
No debe dudarse que al término del gobierno joaquinista se notará la manufactura de su fuerte influencia en las finanzas estatales. Y cuando Quintana Roo vuelva a tomar su paso sostenido y equilibrado, la ciudadanía volteará para agradecerle esa experiencia y estabilidad que los enemigos y neófitos del sistema, pretenden banalmente escatimar.