Sin lugar a dudas, la corrupción afecta más a poblaciones vulnerables y perjudica con mayor impacto a las personas en situación de pobreza, especialmente a mujeres, quienes a nivel mundial son el sector más vulnerable. En la actualidad, en nuestras sociedades, el género determina las divisiones del trabajo, el control de recursos económicos y humanos y toma de decisiones, comenzando desde el ámbito doméstico, hasta los niveles más altos de gobierno. Si bien existen algunos estudios que han mostrado la existencia de una correlación entre la proporción de mujeres en posiciones de poder y las medidas de corrupción, ello no necesariamente significa que un mayor nivel de participación de éstas en la vida política lleve a menores niveles de este delito. En su momento, en Solidaridad, para las elecciones locales de 2016, se eligió a una mujer como una esperanza, después de décadas de corrupción en un estado en el que los puestos políticos de alto rango eran para hombres. A los solidarenses nos fue mal. La corrupción siguió su curso normal. En 2018 se eligió a la segunda mujer, Laura Beristáin, quien debido al efecto AMLO ganó las elecciones, pero “era mujer”, y el género de alguna manera revivió la chispa de la esperanza. A 3 años, ahora podemos decir que la corrupción no tiene género, y Laurita resultó tremenda corrupta. Vamos por la tercera representación femenina.
Con una mujer al frente desde su nacimiento como municipio, a Puerto Morelos tampoco le ha ido bien durante los últimos 2 trienios, es más, recordemos el triste capítulo de represión policíaca durante el mandato de Laura Fernández Piña; y es una mujer igual quien toma las riendas de la actual administración. Veamos qué tal les va. Ni que decir de Tulum con Rommy Dzul Caamal, y a Benito Juárez ni se diga. Repito, la corrupción no distingue géneros, pero tampoco distingue razas.
Previo a la elección de candidatos para las 11 presidencias municipales del estado escuché voces que aclamaban una figura joven o una indígena o nativo como buenas opciones para el cambio, asegurando con ello baja en el índice de corrupción. Alguien olvidó que en Solidaridad tuvimos a Román Quian como presidente municipal “nativo”, y a Roberto Borge Angulo como el gobernador “más joven”, y los niveles de corrupción fueron iguales o peores que antes.
No, la corrupción no distingue géneros, edades, ni razas. La única manera de acabar con la corrupción, o al menos reducirla, es a través de una sociedad más participativa, más exigente. Tenemos mucho por hacer los ciudadanos para acabar con el flagelo de la corrupción.