En sendos discursos, Andrés Manuel López Obrador descalificó abiertamente a sus antípodas (en San Lázaro, con Enrique Peña Nieto como desencajado testigo y destinatario) y refrendó su credo transformador (en el zócalo capitalino, en medio de un ceremonial cargado de simbolismo popular).
En su discurso de toma de posesión soltó una descarnada crítica a la administración que le precedió y al neoliberalismo de tres décadas (con una significativa nostalgia por la etapa del priismo de buenos resultados en las pizarras económicas). Y en su discurso ante una Plaza de la Constitución rebosante, recurrió de manera abierta a su base popular de apoyo, como sustento necesario para una travesía plena de riesgos.
Riesgos presentes desde los primeros momentos de la presidencia de la república con mayor respaldo popular de la historia moderna, un respaldo manifestado vivamente por la gente que al paso del ya famoso Jetta blanco le vitoreó y en algunos casos se arriesgó, en bicicletas o motocicletas, con tal de acercarse al tabasqueño de muy frágil burbuja de protección formal.
Riesgos relacionados con la capacidad presupuestal para cumplir en tiempo y forma la amplia lista de compromisos, con el sistemático amago de “los mercados” y con las dificultades propias de la integración de un variopinto equipo de trabajo que en algunos casos parece desfigurarse conforme va llenando los huecos inferiores del primer y segundo niveles del organigrama codiciado.
El simbolismo, en esta primera etapa, puede darse por bien servido. La apertura de Los Pinos al público en general; el recorrido automovilístico rumbo al Palacio Legislativo y a Palacio Nacional, entre vallas y euforia populares; el discurso de congruencia ante Peña Nieto; el manejo sin incidentes de los actos protocolarios, con Ivanka Trump y Mike Pence presentes en San Lázaro, pero no en la comida de Palacio Nacional a la que sí asistió Nicolás Maduro; el hincarse durante la ceremonia en la que le entregó un símbolo de mando un presunto gobernador indígena (Hipólito Arriaga, ex militante de la Confederación Nacional Campesina y promovido por grupos priistas del Estado de México.
Discursos, promesas en curso y simbolismos van destinados a la consolidación de la base popular de apoyo de AMLO. Los ocupantes de Los Pinos apelaron siempre a las élites, pues de esa fuente de poder provenían y de su respaldo necesitaban. AMLO, en cambio, requiere mantenerse como líder virtualmente en campaña, excitando a la porción social (mayoritaria) que le apoya, en preparación de eventuales choques u obstáculos mayores en el cumplimiento de una serie de programas de gobierno que necesitan ser “sentidos” y asumidos por esas bases populares para defenderlos en caso necesario.
En esta fase de consolidación política, mientras el amago de acciones legales de los acreedores de los bonos de financiamiento del aeropuerto que se proyectaba construir en Texcoco lleva al nuevo gobierno a prolongar los trabajos en ese lugar y a proponer la recompra de esos bonos, López Obrador busca establecer una relación estrecha con las fuerzas armadas, cuyo secretario de la defensa nacional, el general Luis Cresencio Sandoval, incluyó en su discurso el lema de la coalición partidista encabezada por Morena en las pasadas elecciones, “Juntos haremos historia”.
El presidente, está acelerando un proceso de internación en las fuerzas armadas para asegurar lealtad no solo declarativa o fundada en la relación con los altos mandos y, por otra parte, avanza en la confirmación práctica de la Guardia Nacional.
En el tema del aeropuerto, cuya construcción continuará en Texcoco se busca un arreglo específico con los principales inversionistas, vale recordar que sus directivos aseguraron semanas atrás que habría entendimientos, pero sin entrar a los detalles monetarios en los que suele estar el diablo. El riesgo de un oneroso y prolongado conflicto legal, bajo la jurisdicción de un tribunal neoyorquino, llevó a la nueva administración del aeropuerto de la Ciudad de México a hacer pública una estrategia de recompra de bonos que, obviamente, puede ser aceptada o rechazada por los afectados por la cancelación del mencionado proyecto al que algunos empresarios aún consideran susceptible de recuperación.
Y, mientras la primera visita de López Obrador a una entidad federativa ha sido a Veracruz, ya con el morenista Cuitláhuac García como gobernador y, obviamente, sin la presencia repudiada de Miguel Ángel Yunes, ¡hasta mañana, luego que este domingo se realizó la primera manifestación de adversarios de las políticas obradoristas, con pocos participantes y entre acusaciones de fifís y chairos que se lanzaron algunos de los protestantes y otros ciudadanos!