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19 mayo, 2024

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Y si hablamos de racismo…

La visita de Donald Trump a México causó gran revuelo y división de opiniones.

Jorge Castro palacios copia

La visita de Donald Trump a México causó gran revuelo y división de opiniones.

Algunos calificaron como “insulto” la invitación del presidente Enrique Peña Nieto al candidato republicano, mientras que otros –muy pocos- congratularon lo que se supondría el pulimiento de asperezas entre nuestro ofendido país y quien podría ser el próximo gobernante de nuestro vecino del norte (y con ello, el hombre más poderoso del mundo).

Lo que puedo decir del encuentro, bautizado por algunos como “la reunión de los dos hombres más odiados de México” o “la reunión del morbo”, es que el aspirante a ocupar la Casa Blanca (la de Estados Unidos) los tuvo “bien puestos”: Viajó a un país que lo repudia por sus polémicas declaraciones contra su sociedad y –más allá de mostrar blandura para calmar los ánimos- mantuvo su discurso.

Trump no trastabilló y aseguró que –pese a quien le pese- el muy mencionado muro entre México y Estados Unidos será construido si sale victorioso en las elecciones presidenciales, ya que busca “una frontera segura… una barrera para frenar el tráfico de armas, drogas y personas” entre ambos países. Lo anterior no gustó a los patriotas de escritorio o smartphone, quienes nuevamente lo acusaron de racista por medio de sus redes sociales.

A propósito del tema de la discriminación racial, la reciente Encuesta Nacional de Indígenas, elaborada por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) el pasado mes de julio, arrojó que el 72.2 por ciento de los mexicanos está consciente de que existe este fenómeno social en el país.

Asimismo, 51.2 por ciento de los mexicanos consultados afirmó que el color de piel influye en el trato que reciben las personas.

¿A qué viene lo anterior? A que los mexicanos solemos reclamar o condenar hechos de los que nosotros mismos somos partícipes. Nos damos “golpes de pecho” mientras expresamos una inconformidad que yace en la hipocresía; decimos que “nos duele” o “nos decepciona” nuestro país, pero cuando llega un extranjero a referirse a nuestro –ahora sí- querido México y remarcar su dolencias, enseguida emana un apasionado chovinismo que dista mucho de ser congruente.

¿Por qué, exactamente, hay tantos paisanos míos oponiéndose a un “muro” que supone un control migratorio entre ambos países? Considero correcto rechazar que nosotros, como ciudadanos, lo paguemos con nuestros impuestos; sin embargo, no encuentro una razón lógica para odiar la idea de su creación, si ésta significa que los “polleros” ni los traficantes de armas sigan haciendo de las suyas.

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Para finalizar, quiero remarcar que hay que tener poco criterio para no darse cuenta que las contrapartes de ambas figuras aprovecharon la situación para destacar… Apellídese Zavala, Anaya o Clinton.

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