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29 marzo, 2024

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En nombre de la sociedad

La arrogancia no es buena compañera para las organizaciones de la sociedad civil. Las hace ver mal repitiendo formas que rechazan cuando vienen de otros.

Armando Tiburcio

La arrogancia no es buena compañera para las organizaciones de la sociedad civil. Las hace ver mal repitiendo formas que rechazan cuando vienen de otros. Sin embargo, la tentación seduce a muchas de ellas al presentarse en la escena pública: cuando algún grupo u organización social se dirige a los gobiernos, candidatos o partidos para presentar su agenda, opiniones, peticiones, propuestas, demandas o motivar acuerdos, suele hacerlo “en representación de la sociedad civil” y habla sin rubor en nombre de la misma.

Lejos de la realidad, aun cuando lo que digan sea de interés general. Hay “mucha sociedad civil” haciendo el esfuerzo organizativo por su cuenta, al margen de los reflectores y en silencio, que no está representada en esos discursos; pero sobre todo hay más, mucha más, sociedad por organizar. Son sectores dispersos y vulnerados que carecen de voz publica. Requieren apoyo y orientación para obtener expresión propia, no intérpretes.

De hecho, en nuestro país la organización social autónoma, propositiva, participativa e influyente en la vida pública y en las políticas gubernamentales está aún en pañales. Venimos de una fuerte tradición estatista, corporativa, paternalista y clientelar cuyos remanentes sobreviven en los partidos políticos y en las formas de ejercer el poder. Prácticas que dejaron de ser exclusivas del PRI y han permeado como una subcultura filtrada hacia todo el sistema de relaciones públicas.

Las organizaciones civiles deben sacudírsela ya que son las llamadas a provocar el cambio de patrones. ¿Quién más? En todo caso, deben presumir modestia, además de autonomía e independencia con relación a los poderes y al sector económico lucrativo.

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