Hay quienes ya ven a López Obrador sentado en la presidencial. Basados en los tenues datos electorales recientes, que no dan tendencia, se aventuran a suponerlo incontenible hacia Los Pinos, con dos años de distancia. Me parece prematuro. Lo mismo se dijo de Cuauhtémoc Cárdenas y del propio AMLO en los largos previos de otras elecciones. En el “ya merito” de la izquierda, fraudes documentados de por medio, terminó por ser el PAN el que rompiera el monopolio del PRI. Cambio asimilado por un sistema que en esencia sigue siendo el mismo.
Con todo y todo, se vale especular según la Teoría de Escenarios, una suerte de menú de opciones con base en criterios metodológicos que incluyen encuestas y tendencias de resultados. Alguno de ellos le atina; pero no siempre: a nadie se le ocurrió suponer que Colosio sería asesinado en 1994.
Le entro, entonces, a la especulación con un supuesto base: AMLO no llegará a las boletas electorales en el 2018. En los próximos meses estará sujeto a un nivel de desgaste personal fundado en que Morena no es nada sin su líder único. Razones para suponerlo: el contexto internacional es desfavorable para las izquierdas. La troika del Pacto por México se mantiene de facto y el avance reciente de Morena no solo incomoda sino que les estorba. La salida a una eventual crisis política provocada por el deterioro del gobierno del PRI sería enfrentada en el marco de ese gran acuerdo. Un hecho clave: AMLO advierte de la descomposición social nacional y llama al gobierno a generar un nuevo acuerdo nacional que dio por llamar “gobierno de transición”. Recibió por respuesta el silencioso desprecio absoluto. Ni de lejos se le considera para un posible acuerdo que cambie las reglas del juego. Tendrá que jugar con sus propias cartas, que es decir con él mismo. Demasiado vulnerable para que aguante topar con pared.
