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28 marzo, 2024

Cultura

La nueva cultura sobre la energía

Por Adolfo Placencia

La educación va a ser algo muy importante si queremos tener un futuro viable. Pero hay nuevos aspectos que han de ser incluidos en la de las nuevas generaciones y, dada la evolución rapidísima del cambio climático, ya se vislumbra que nuestra cultura sobre la energía ha de cambiar. Se acercan grandes transformaciones que van a afectar a prácticamente todos los sectores productivos y de negocios. En la Unión Europea la mayoría de los países ya han puesto en marcha la cuenta atrás para el abandono gradual de los combustibles fósiles. El planeta ya no se puede permitir la cultura del alto gasto de energía como ejemplo de alto nivel de vida.

La muy reciente polémica –que solo acaba de empezar– sobre los precios de la electricidad (hoy, un bien básico) es solo un ejemplo de lo que va a pasar. Pasan a primer plano conceptos como la ‘pobreza energética’ que, según la definición de Cruz Roja, es “la situación en la que se encuentra un hogar en el que no pueden ser satisfechas las necesidades básicas de suministros de energía como consecuencia de un nivel de ingresos insuficiente y que, en su caso, puede verse agravada por disponer de una vivienda ineficiente en energía.”

Resulta ya obvio cómo el tema del gasto de energía se ha convertido en algo esencial de los aspectos sociales cuando, hasta hace muy poco, eran conceptos que no se habían relacionado. Hoy en día tanto la pobreza como la riqueza en todos sus grados tiene que ver con el gasto y el uso de la energía. Y adiestrar en estos conocimientos desde la infancia va a ser, según la Unión Europea, uno de los asuntos prioritarios que han de integrarse en los conocimientos importantes en educación ya desde la escuela primaria.

La dialéctica riqueza/pobreza en el mundo está cambiando y en lugar de asociarla como antes al crecimiento de los ingresos, se observa mucho más ligada a parámetros del uso eficiente de la energía. En los resultados de una investigación de la universidad de Leeds, liderada por la investigadora Marta Baltruszewicz, se afirma que “existen importantes sinergias entre la consecución del bienestar con un bajo nivel de uso de energía y otros Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) relacionados con la reducción de la pobreza.” Se asegura que “el cambio climático está causado por el uso de energía de una minoría rica en el norte global, pero las consecuencias son soportadas por la mayoría en el sur global más pobre. El desarrollo humano ya no es sólo una cuestión de justicia económica, sino también de justicia climática.” Conseguir un mundo más justo, con menos pobreza, pasa ahora necesariamente por usar más eficientemente la energía.

La energía es más que nunca un recurso limitado

De esa ‘pedagogía’ sobre la energía habla el prestigioso científico de la química y la energía Avelino Corma, que afirma: “Bebemos ser capaces de ahorrar energía, y para minimizar su uso ¿estamos dispuestos a tomar las decisiones más lógicas y racionales al respecto? Lo más lógico es empezar por ahorrar”. Y señala: “Debemos guiar el ahorro, economizando y disminuyendo el consumo de energía.” Es decir que, además de buscar más fuentes y más producción de energías limpias, hay que educar sobre las formas más eficientes del uso y consumo de energía.

Una de las cosas que más me impactó en mis primeros viajes a EE.UU. fue ver cómo, durante el fin de semana, la mayoría de los rascacielos estaban completamente iluminados toda la noche los fines de semana, aunque no hubiera nadie trabajando allí. La luz eléctrica encendida toda la noche se asociaba entonces allí con el alto nivel de vida. El ahorro de energía ni se contemplaba. Incluso la estética primaba sobre la eficiencia energética. Eso ha cambiado radicalmente –aunque no en todos los lugares, pero ya se puede inferir que un sitio ‘civilizado’ hoy es un lugar donde ocurre la eficiencia energética. Y un sitio atrasado será, cada vez más, lo contrario.

Disponer de una buena ‘balanza energética’ como la llama Corma, es hoy parte de una cultura contraria al despilfarro de energía, algo a erradicar. Hasta ahora era una cuestión de racionalidad; pero crecientemente va a ser un asunto de necesidad, tanto para ciudadanos como para empresas y negocios, incluso relacionado con la ética social. El gasto inútil de energía está generando un creciente rechazo. La cuestión de enfrentar el cambio climático y la descarbonización han entrado, casi abruptamente, como elefante en cacharrería, en la agenda política europea, espoleados por la aceleración del cambio climático. Tanto uno como otra, han llegado para quedarse.

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Sus múltiples pliegues van a afectar a nuestras formas de trabajar y vivir al completo. Y la educación sobre cómo usar y consumir la energía se ha vuelto decisiva. De hecho, la riqueza o pobreza se están empezando a medir, no ya mediante los ingresos de personas y familias como hasta ahora, sino cada vez más en términos de consumo de energía e incluso de qué tipos de energía usa la gente y con qué ‘eficiencia energética’ lo hace.

El acelerado cambio climático está impactando mucho más en las economías de las empresas y sus cuentas de resultados van a estar cada vez más relacionadas con la eficiencia energética. Es muy probable que el uso que hace una empresa de la energía pase de ser una cuestión de imagen a un tema económico esencial, no solo por las legislaciones cada vez más duras que se van a imponer, sino porque va a haber una correlación creciente entre beneficios y eficiencia energética de las empresas.

La educación sobre las formas más eficientes del uso de la energía además de los estudiantes y la ciudadanía, también va a implicar a todas las actividades empresariales. Venimos –y en las compañías esto ha sido muy evidente– de una cultura de despilfarro de energía, de un periodo en el que su uso y consumo era un asunto menor y complementario, pero eso ha cambiado. El despilfarro de energía ya no se puede permitir en ningún tipo de empresa, desde las grandes corporaciones a las pymes. El ‘recibo de la luz’, un tema que sólo preocupaba a autónomos y microempresas, debido a que el coste de la energía crece más y más –y en paralelo los ‘derechos de emisión’– ya es un asunto clave en el funcionamiento empresarial.

La cultura sobre la energía de las empresas debe cambiar radicalmente

La informática está desplegada con el paradigma de ‘crecimiento ilimitado’ (en realidad basado en una cultura de despilfarro energético), pero ya sabemos que a nivel mundial es insostenible. Por eso la ubicación de las empresas, para la que siempre se habían tenido en cuenta aspectos como las comunicaciones físicas, el acceso al ferrocarril (algo típico de las factorías de fabricación de automóviles), la geografía de la logística o los recursos humanos, cada vez más se va a decidir por cuestiones de lugares relacionados con la eficiencia y sostenibilidad energética.

Las compañías más avanzadas se están convirtiendo en articuladores de prácticas y narrativas sobre eficiencia energética (sustainability energetics storytelling) con los que quieren que se les asocien, incluso los consumidores. Ya no solo quieren fabricar, vender y proporcionar el mejor producto o servicio, sino que quieren demostrar que lo hacen con la mayor eficiencia energética posible. Las empresas en vanguardia están actuando –y este es uno de los mayores cambios– como ‘agentes de la lucha contra el cambio climático’ y a favor de los mejores usos de la energía. Y lo hacen porque la conciencia sobre estas cuestiones entre los consumidores está aumentando exponencialmente.

Uno de los ejemplos más claros  es el de Apple. La empresa de la manzana ya emite anualmente un ‘Informe sobre su Progreso Medioambiental‘. En el último publicado explican que usaron un 18% menos de energía que el año anterior, en línea con la citada mentalidad de ahorro que preconiza el citado Avelino Corma. La síntesis de las cifras y medidas tomadas por la empresa según este documento es muy significativa. Cito algunas: “Las iniciativas de Apple en materia de eficiencia energética incluyen el diseño específico de edificios para optimizar el uso de la energía, realización de auditorías cotidianas de eficiencia en sus edificios y la mejora de la eficiencia de su cadena de suministro cuando envía los productos a los clientes. En el caso de los edificios existentes, Apple audita el rendimiento energético y aplica medidas de reducción en todos los procesos incluso integrando el diseño de eficiencia energética hasta en la arquitectura o el interiorismo de nuevas oficinas o locales comerciales”.

Las cifras estrella del informe son las que la cualifican como una empresa ahorradora y eficiente en términos energéticos. La compañía señala que sus programas de eficiencia “ahorraron 26,4 millones de kilovatios/hora y 194.500 termias adicionales en edificios existentes, readaptación de edificios antiguos y diseño de nuevos en el año fiscal 2019. A modo de comparación, un hogar medio estadounidense utiliza una media de 867 kilovatios hora al mes, lo que supone un total de 10.399 kWh al año, según la Administración de Información Energética de EE.UU.”. Además la empresa declara que “ha conseguido la neutralidad en carbono para todas sus operaciones corporativas desde abril de 2020; y que en su cadena de suministro más de 100 proveedores están ya comprometidos que el 100% de su consumo eléctrico sea de fuentes renovables.” Un enorme cambio de cultura para los usos de las empresas de EE.UU.

Expongo este ejemplo de transformación a porque creo que es un aviso temprano sobre el enorme cambio de mentalidad y prácticas sobre el uso y consumo de energía, que todo tipo de empresas ha de asumir ya mismo, necesariamente. Las empresas han de ‘interiorizar’ un enorme cambio de cultura y mentalidad sobre sus prácticas en relación a la energía y no limitarse a utilizar en su publicidad muchas fotos y videos de instalaciones de aerogeneradores y de granjas de paneles solares y fotovoltáicos.

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El cambio hacia el ahorro y la eficiencia energética ya está aquí. Ha llegado el fin de la expansión energética tanto para los países y sus economías como para sus empresas. Hoy una compañía ya no se considera una entidad eficiente si no lo es en su uso y ahorro de energía. Si la movilidad va a abandonar los combustibles fósiles, las economías van directas hacia el ahorro de energía y la eficiencia energética como norma central. Ir hacia lo contrario se convertirá en una amenaza existencial para cualquier empresa, más pronto que tarde.

Con información de El Español

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