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noviembre 24, 2024

Voces

Un presidente con prisa

Si las crisis sirven para sacar lo mejor y lo peor de las personas, la del huachicol, tragedia de Hidalgo incluida, ha mostrado para bien y para mal las costuras del gobierno de López Obrador.

Por más loable que sea el propósito de atacar el robo masivo de combustibles, es obvio que la estrategia resultó apresurada y no se midieron cabalmente las consecuencias o los mecanismos necesarios para atenuarlas. Pero, por otro lado, ha resultado impresionante la velocidad y la capacidad de respuesta día por día, y casi hora por hora, de parte del presidente.

Un rato después de la explosión López Obrador había acudido al lugar y conversado largo con los habitantes de la región. Y aquí habría que recordar que Enrique Peña Nieto nunca se atrevió a visitar Ayotzinapa en los cuatro años que siguió gobernando tras la desaparición de los 43 estudiantes.

Prácticamente todos los días el presidente informa de un operativo nuevo o un ajuste del operativo aplicado 48 horas antes, respecto al tema del desabasto. Ataca por igual las necesidades inmediatas reforzando la vigilancia de los ductos con más de cinco mil soldados y policías que anunciando la compra relámpago de 571 pipas para ayudar a regular el desabasto.

Dos días más tarde presenta un programa ambicioso, y de más largo plazo, para mejorar las condiciones sociales y las opciones productivas de la población ubicada en los corredores por los que pasan los ductos.

Lo que hemos visto en estas últimas semanas es un ejercicio de gobierno en tiempo real. Para cualquiera que esté sintonizando las llamadas “mañaneras” sabrá a qué me refiero. Producen la misma sensación que podría uno experimentar en un restaurante en el que se come acompañando al cocinero que trajina alrededor del fogón.

El presidente se reúne a las seis de la mañana con aquellos miembros del gabinete que exija la agenda del día y, al salir, poco después de las siete de la mañana ofrece una conferencia de prensa en la que revela lo allí tratado.

Luego responde una docena de preguntas sobre cualquier cosa que se les ocurra a los reporteros: desde la crítica de un gobernador o un rival político ventilada en los medios, hasta los reclamos por incongruencia o el desacuerdo con detalles técnicos anteriormente informados.

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Pese a la tendencia del presidente a pontificar generalidades sobre la corrupción, tampoco escamotea detalles. La sesión de ayer es un buen ejemplo. Informó, a preguntas expresas, que la camioneta en que viaja afuera de la ciudad no es blindada; que los últimos días ha estado durmiendo en palacio en un departamento que ya estaba habilitado y que quizá se mude allí cuando su hijo termine curso en la escuela (aunque precisa que esa es una decisión familiar por tomar); que no ha visto la ficha sobre su persona de los servicios de inteligencia de gobiernos anteriores, pero que pronto la verán todos porque decidió abrir absolutamente todos los expedientes.

La velocidad con la que avanza López Obrador tiene un poco descolocados a los periodistas y a la comentocracia del país. En la medida en que esta conferencia de prensa nutre los temas noticiosos del resto del día, la edición en papel de los periódicos con la información del día anterior nace obsoleta.

Los columnistas y editorialistas, acostumbrados a definir la agenda al desmontar matices y consecuencias de las acciones del soberano y a que sus comentarios reboten dos o tres días en tertulias y charlas, ahora descubren que cuando ellos van el presidente ya viene de regreso. Cuando apenas comienzan a discutir lo de las pipas adquiridas sin licitación, a las siete de la mañana el mandatario ya ha sacudido el día al informar de que los expedientes del Cisen serán destapados.

El tiempo acelerado en el que vive López Obrador ya ha pasado factura a su equipo. Y no me refiero sólo a las jornadas de 18 horas que están poniendo a prueba la resistencia de más de uno de sus octogenarios colaboradores. Otros de ellos han probado que no están a la altura de la encomienda, algo que en otro sexenio habría tomado años advertir.

El director de Pemex, un agrónomo sensato y prudente, no tuvo tiempo de recorrer su curva de aprendizaje, algo que probablemente habría logrado si la crisis no lo hubiera alcanzado justo en el punto de partida.

La secretaria de Energía, en cambio, es obvio que nunca iba a superar esa curva. Simple y sencillamente carece de nivel para encabezar un ministerio de gobierno. Vaga en los detalles, desarticulada verbalmente, confusa; sus comparecencias en estas mañaneras se han convertido en un momento amargo para el propio López Obrador y basta ver su lenguaje corporal cuando ella toma el micrófono.

El hiperactivismo del presidente y su microgestión acelerada producirán aciertos y desaciertos, propuestas y ajustes continuos. Espero que la afinación del gabinete sea uno de ellos.

 

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POR JORGE ZEPEDA PATTERSON

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