La escena todavía me impacta. La naturalidad de los hechos es espeluznante. Para asustar a cualquiera que haya cubierto la fuente presidencial, que haya estado cerca de un mandatario y toda su parafernalia de poder.
Terminé en el exilio por haber publicado, hace muchos años, una columna hablando de Miguel de la Madrid, caminando cubierto por una “burbuja”, como aquel famoso niño que debía desplazarse así por una enfermedad congénita. A los mandatarios, antes del primero de julio, no se les hablaba y menos todavía se reía uno con ellos o de ellos. Ni con el pétalo de una rosa.
¿Su diploma? Eso, su diploma era tema de risa en el autobús. ¿Quién parecía ser López Obrador? Uno más del montón. ¿Cómo vamos a hacer para entender que tenemos un primer mandatario que es uno del montón?
¿Miedo? Pánico diría yo. Por los usos y costumbres a los que hemos estado acostumbrados. Porque el cambio es bestial. ¿Puede ser así? ¿Podrá sostenerse López como uno del montón entre el montón de unos?
Eso de viajar en avión, lo sabemos quiénes lo hacemos con frecuencia, es bastante fastidioso. Desde la seguridad hasta los retrasos, pasando por los incómodos aeropuertos, por los aviones todavía más limitados. Y cargar tu equipaje por escaleras. Colocarlo arriba de tu asiento como hizo Andrés Manuel. Doblar el saco para que se arrugue poco y puedas volver a ponértelo.
Uno más, uno del montón, sometido a las incomodidades habituales en este tema de viajar en avión.
¿Está seguro? Habría que creerle que la gente lo cuida. Cuando mucho, lo apachurra con sus manifestaciones de afecto. Con una cercanía brutal y consentida, como viajar en Metro.
¿Qué hubiese pasado si Peña Nieto decide tomar un vuelo como uno del montón, cargando su maleta, doblando su saco, viajando parado en un autobús?
Imposible imaginarlo. Y sin embargo, ya ex presidente, ya sin la cauda de militares a su servicio, ya sin las bardas, ya sin 50 ayudantes a su alrededor, alguna vez tendrá que asumirse mortal. Supongo.
Por lo pronto, habrá que quedarse con el tipo despeinado, un poco desbalagado, de hombros medio caídos, que se pone a bromear sobre el diploma que le van a entregar y cruzar los dedos, decir una oración para que no cambie, para que lo demás cambie…
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