Para muchos, cientos de miles, de mexicanos se ha convertido en vicio escuchar la “Mañanera”. Para mí, como periodista, el vicio consiste en ir. Y escuchar lo que dice, lo que se detiene a decir, lo que socarronamente dice, lo que responde sin responder.
También, para muchos, cientos de miles, de mexicanos el presidente es repetitivo. Y que bueno que lo sea. En comunicación es ejemplar la manera en que machaca lo que es, para él, importante que la gente entienda. Incluso en esto, en sus repeticiones, siempre hay un punto que debe agregarse, una tonalidad, una expresión facial.
Nos hemos convertido en una sociedad pendiente, para escuchar, para coincidir, para denostar, de lo que dice un hombre.
Que nos salió respondón.
Tabasqueño hasta topar con pared.
Que se enciende.
Que se enoja.
Que se puede enojar mucho como demostró en San Luis Potosí ante los provocadores que le impedían el paso a su hotel.
Un mandatario que habla y vuelve a hablar, y que luego utiliza las redes sociales para seguir hablando.
Un Presidente que, también, nos salió parlanchín.
En las “Mañaneras” a mi me gusta, especialmente, como juega a la ruleta, con intención, para dar la palabra a alguno de los presentes. Busca, siempre, un rostro nuevo, y cuando quiere responder a los diarios Reforma o Milenio tiene más que identificadas a sus reporteras, entonces maneja la “ruleta” como los vendedores de barquillos que había en el Puerto de Veracruz, que solían pararla a modo.
Las preguntas son libres. Sin ninguna línea ni cortapisa. Son preguntas, eso sí, que definen la inteligencia, la habilidad periodística, la ideología o en su caso el oportunismo de quienes cuestionan. El rostro del Presidente pasa de jugador de Póker, misterioso, a la expresión abierta de aceptación, risa, o enojo por lo que está escuchando. En verlo, en seguirlo, consiste la mejor parte de asistir a estas conferencias.
Quienes tenemos muchos años en el oficio, yo cumpliré pronto 43, no podemos sino asombrarnos cotidianamente por este ejercicio de comunicación. Es decir, de escuchar y hablar de verdad.
Y López Obrador toca tantos temas en estos espacios tempraneros que, inevitablemente, perdemos, todos perdemos la nota. Porque algo se queda sin publicar, sin repetir, sin entender.
Ejemplo de esto es que, hablando de vacaciones, de las que no va a tomar, afirmó que es difícil en el interior de las familias, que hay batallas, dando a entender que su esposa, como es lógico, pide su tiempo. Espacio, tiempo para su hijo que está creciendo.
Ese lado humano parece no interesar a la mayoría de los presentes, sin embargo, son definiciones que van delineando cómo vive, padece a ratos supongo, el poder el mandatario más peleado, más negado para los usos y costumbres del poder.
Pero el poder, cuando es presidencial, termina por quitar más de lo que da. Y en un hombre que ha decidido no tomar ninguna de sus “ventajas”, tienen que manifestarse con mayor fuerza sus limitaciones, como tomarse unos días, horas, tardes de descanso.
Esta manera de responder, de hablar, de estar del presidente López Obrador va a marcarnos un antes y un después…