La entrevista que dio Carlos Urzúa al semanario Proceso, firmada por Hernán Gómez Bruera, es la crítica más fuerte que ha recibido el gobierno de López Obrador, en una triangulación perfecta, medio, periodista y el que se fue.
Si las cosas son como dice el ex titular de Hacienda, se tardó meses en renunciar. Porque estar en contra de los dos proyectos emblemáticos del Presidente, no deja espacio para cobrar cada mes un cheque en su gobierno. Imposible ser su colaborador con diferencias tan graves.
A lo que debe agregarse la confrontación con Alfonso Romo, que no explica bien a bien sus motivos, al contrario, queda en el ámbito de lo visceral. Porque a ninguno puede sorprender que, según él, Romo “oscila entre Los Legionarios de Cristo y el Opus Dei”. Lo que no abona a su decisión de renunciar.
Primera pregunta es por el entrevistador. ¿Hubiese hecho ésta de no haber sido cancelado su programa “La Maroma” en Canal 11? ¿Hay resentimiento en el manejo de preguntas, en el hilo conductor de lo publicado?
Lo cierto es que Urzúa tenía ganas de hablar. Lo que el mínimo decoro, o lealtad a quien fue su jefe, aconsejaría en contrario.
De sus palabras se desprende una inmensa ofensa por la defensa que su jefe hizo de Manuel Bartlett en el tema de los Gasoductos. Donde pudiese haber razón, pero tampoco justifica su reacción contra el gobierno. Sus ganas de hacer daño.
Andrés Manuel decidió suspender la construcción del aeropuerto de Texcoco desde antes de tomar posesión. Además de todas las razones que él tiene, está presente el desbaratar un proyecto gestado en la inmensa corrupción del sexenio pasado. Si me apuran es hasta un símbolo para él. Algo en lo que no va a dar marcha atrás, bajo ningún argumento. De igual forma, aunque en un escalón menor, está la construcción de la Refinería.
El Tren Maya es el gran proyecto de su gobierno. Para el Sureste, para llevar desarrollo a su tierra, al Sur olvidado por todos los gobernantes. Si Urzúa estaba en contra de estos proyectos de López Obrador, estaba en contra de lo que le importa, de lo más grande de su programa.
Esto, cuando menos, habla de una profunda diferencia en lo esencial. Lo esencial para el que fue su jefe. ¿Cómo trabajar con este gobierno con tantas diferencias de fondo? Imposible. Por eso Urzúa debió renunciar antes de finalizar el primer mes.
“No puedo entender que López Obrador lo tenga en su gobierno” dice respecto a Alfonso Romo. Otra vez, qué lento se vio. Porque Romo está ahí desde la campaña. Porque su nombramiento tampoco es negociable.
O sea, en pocas palabras, para las muchas pulgas del Presidente, Carlos Urzúa quería un gobierno a modo, donde se hiciera, por las razones que fuesen, malas o buenas, lo que él decía. Vaya que se equivocó. De gobierno. De jefe. Y, sobre todo, de país… porque en éste, manda el Presidente, y si se equivoca vuelve a mandar por seis años…