Tenemos un secretario de Seguridad Pública que amenaza de madrugada, desde su celular, a un reportero que cubre los eventos violentos de la CDMX. Que después, con total cinismo, niega haberlo hecho.
Y no pasa nada.
En el más elemental ejercicio de comparación, imaginemos que esto sucede en París, o en Nueva York…
Aquí, en la Ciudad donde cada hora, cada minuto tenemos una víctima de la delincuencia, el señor Orta goza de la mayor impunidad para sus exabruptos. Vaya que es un hombre violento. Ninguna respuesta, ningún señalamiento por parte de la jefa de gobierno, la señora Sheinbaum.
Cada día, sumando más hechos violentos, más asaltos, más agresiones contra los habitantes de la capital del país, se entienden menos las razones para nombrarlo. Y surge la pregunta de cuál es la relación, tan cercana, tan fuerte, de Orta con Marcelo Ebrard quien lo recomendó, a sabiendas de su incapacidad y desconocimiento de la policía.
La CDMX tiene un número tan grande de policías, un pequeño ejército, que es inaceptable que necesite de la Guardia Nacional como otras entidades federativas que no cuentan, ni en sueños, con esa fuerza. ¿Cuánto relación tiene Orta con la incapacidad inmensa de los policías bajo su mando?
Desconocer quiénes son, cómo piensan, de qué maneras deben darse órdenes, cómo controlarlos, nos ha costado una cuota inmensa de víctimas.
La norma en la CDMX con Jesús Orta es que seas asaltado. La excepción no serlo.
¿Por qué? Porque es supinamente incapaz.
No hay justificación para que los asaltos se den en las mismas calles, en los mismos semáforos, en las mismas líneas de transporte público. Ahí están las denuncias. Y la complicidad de los policías, o por lo menos su omisión consentida.
Como el señor Orta no tiene vergüenza pública, salió a declarar que gracias a la Guardia Nacional han bajado los delitos en la Delegación Venustiano Carranza. Y lo festeja, como si esto no fuese una inmensa ratificación de su incapacidad.
La presencia de militares, de la Guardia Nacional, en la CDMX es necesaria porque Orta no entiende la “O” por lo redondo de sus obligaciones. Porque está inmerso en sus fantasmas, que es la razón de sus “amenazas” nocturnas, y no en su trabajo. Que en pocos días se cambie la realidad de una parte de la Ciudad, debería ser motivo de su renuncia.
Porque lo que está mal es su policía.
No basta decir que las estadísticas anteriores fueron infladas. En cuatro meses, anunciando cada día nombres y apellidos, Raymundo Collins consiguió detener a 20 mil delincuentes. Y mandar al corralón a muchos miles de motocicletas que son utilizadas para asaltar.
No puede ser tan difícil hacer lo que corresponde.
La pregunta sigue siendo por qué Claudia Sheinbaum lo nombró, por qué lo sigue sosteniendo con los peores resultados a imaginar, y sobre todo por qué los habitantes de la CDMX deben pagar.
La solución es que Marcelo se lo lleve muy junto, a su lado, donde pueda verlo todos los días…