Uno de los hombres inteligentes, que se ha caracterizado por su seriedad, Idelfonso Guajardo, demostró que siempre gana el origen. Es decir, la clase social. O sea, el dinero.
De otra manera no se puede entender que haya dicho, ante el Congreso, que el aumento de la gasolina no impactó en la economía popular porque, textual, “los pobres no comen gasolina, comen tortillas, huevo, pollo”.
Los suyos, los que comen pollo, no pertenecen a los 53.4 millones de mexicanos en situación de pobreza, ni al 25% de hogares donde sus integrantes no comen tres veces al día.
En la Ciudad de México, comprando en los mercados populares, un kilo de pollo costaba al día 10 de octubre del 2018, entre 67 y 69 pesos. Pollo entero, con huesos. ¿Cuántos pobres pueden gastar dos terceras partes del salario mínimo en comprar un pollo?
Ni en las cárceles dan de comer pollo por su precio.
No se diga el huevo, que es un artículo de lujo en muchos hogares.
En nuestro país, la mitad de los niños están en situación de pobreza. ¿Quién le habrá dicho al señor Guajardo que comen tortillas, huevo, pollo?
Sus palabras siguen sonando a ofensa, pero sobre todo a una defensa estúpida de las medidas del gobierno que termina que más afectan la economía familiar, como es el aumento a la gasolina, a la luz, al gas. A las tasas de interés, también, para los mexicanos de clase media baja que vivían completando el gasto a base de tarjetas de crédito.
La gasolina aumentó los precios de todo, incluyendo el transporte. Pretender borrar esta realidad es de un absurdo infinito. Y demuestra que los funcionarios públicos cercanos a Peña Nieta, nombrados por él, viven en otro planeta, muy lejano de la realidad. ¿Había mejores argumentos para defender las reformas de este sexenio? No los hay. Inventarlos fue peor.
A esta realidad, donde los secretarios de Peña creen que los pobres comen pollo, hay que agregar el tema de la corrupción. Ese aumento desmedido de todo contrato que se firmó, incluyendo el de la construcción del aeropuerto. Y los señalamientos a última hora, como el que ha hecho el doctor José Narro, pretendiendo “lavarse las manos” sobre los más de mil millones de pesos que se han “perdido” en la Secretaría de Salud.