COLUMNA GEORGES GOUBERT
La revuelta, el derrocamiento, la revolución, el cambio, nunca han sido otra cosa que la iniciativa de una minoría activa.
Se dice que los grandes acontecimientos son resultado de acciones organizadas por aproximadamente el 10% de la población.
La novedad de nuestro tiempo es que la minoría activa ya no existe como tal. Esta minoría se divide en dos; Una parte crea animaciones para impresionar a la galería. Y la otra parte mira el espectáculo detrás de una pantalla, comenta y lo transmite a su red.
Hoy en día, a nuestros dirigentes se les acusa de ser marionetas que sólo aparecen en escena, mientras que el verdadero poder reside en otras partes: Bruselas, Frankfurt, Washington, Davos, etc. El poder está en manos de quienes tienen el dinero.
Los líderes fingen liderar, los oponentes fingen oponerse, los resistentes fingen resistir, ya nadie hace nada.
Sobre todo cuando en muchos ámbitos es la IA (inteligencia artificial la que lleva la delantera; basta con mirar el software de reconocimiento facial en China, que aplica los créditos sociales).
Esta desaparición de la realidad es parte del tiempo.
Los gobiernos ya no existen más que para implementar las decisiones tomadas por Bruselas, y Washington.
Nuestro sistema sirve a los intereses de ciertos ciudadanos, y lo llaman democracia. Pero es sólo un nombre.
Hoy quienes participan en el gobierno de la ciudad también pueden ocuparse de sus asuntos privados y enriquecerse; eso nos parece normal.
Todos ustedes conocen ejemplos de escándalos de Estado que han enriquecido a muchos de los que nos gobiernan, en México, Estados Unidos, Brasil, Francia, etc. Nos robaron y luego… Nada… ellos… ellos siempre salen blanqueados. Ellos siempre ganan y nosotros siempre perdemos.
¿Es justa, la justicia?
Es fácil lamentar el hecho de que aproximadamente el 20% del electorado siga obstinadamente votando por nada.
Creo que el primer trabajo que debemos hacer es trabajar sobre nosotros mismos: empezando con una pregunta sencilla: ¿Por qué no estamos haciendo nada?
Recuerde que un hombre que no interfiere en la política merece ser clasificado no como un ciudadano pacífico, sino como un ciudadano inútil.
No seas inútil más.