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diciembre 05, 2025

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Cuando el rencor pide sangre

El ocho de septiembre, las páginas de muchos periódicos locales y nacionales describieron las manos manchadas de sangre de Narciso Reyes Jiménez, alias “El Chicho”.

Este hombre, según relatan las notas periodísticas, había pasado varios años recluido en prisión y, al salir, fue en busca de su suegro y cuñados para cobrar venganza.

Al encontrarse con ellos, los asesinó a sangre fría y huyó del lugar. Pocos días después, fue capturado y devuelto a su antigua cárcel.

La Biblia, desde la antigüedad, nos revela la perversidad del corazón humano.

En Génesis 27:41, observamos cómo Esaú ardía de ira cuando Jacob le arrebató la primogenitura y la bendición de su padre.

Su primer impulso claro y torcido consuelo fue decir:

“Mataré a mi hermano”.

La traición familiar, quizá la herida más profunda, se transformó en un deseo de venganza que parecía inevitable.

En la vida cotidiana en el hogar, en la política, en el trabajo las injusticias y traiciones hieren de manera semejante.

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El corazón ofendido sueña con equilibrar la balanza por la fuerza.

Como el Conde de Montecristo, que desde su oscuro y apestoso calabozo se consolaba con la idea de salir algún día y buscar la justicia que le fue negada, muchos anhelan venganza como una forma de redención.

Esaú representa ese impulso humano: el deseo de responder con violencia para recobrar lo que cree perdido.

Pero ese anhelo ciego puede terminar por destruirlo aún más, carcomiéndolo por años.

Y así, decide cargar en la mochila de su vida con ese peso inútil.

Sin embargo, la Escritura revela otro camino.

Décadas después, cuando los dos hermanos se reencuentran (Génesis 33), Esaú no levanta la mano contra Jacob: corre a abrazarlo.

El rencor y el odio no tuvieron la última palabra.

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Dios había obrado en sus corazones, y la reconciliación se convirtió en un milagro mayor que cualquier venganza.

El evangelio de Cristo nos invita a romper el ciclo de represalias, de odio y de rencor:

“No paguen a nadie mal por mal… Vence el mal con el bien”
(Romanos 12:17-21)

La ira puede parecer justificada, pero nunca redime. La verdadera justicia se halla en la obra de Dios, no en nuestras propias manos.

Pensamiento para el bolsillo:

“La venganza promete alivio, pero solo el perdón cura y transforma la herida.”

Desafío práctico:

Identifica a la persona o situación que aún te provoca resentimiento.

Ora deliberadamente por ella cada día. Busca, si es posible, un gesto de reconciliación.

El Dios que cambió el corazón de Esaú también puede desarmar el tuyo y abrir la puerta a una paz que ni el odio ni la represalia pueden ofrecer.

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