Primero pensé que era una especie de meme de los muchos que circulan en contra de Andrés Manuel López Obrador, algunos de ellos distorsionándolo o de plano atribuyéndole frases y acciones que nunca existieron.
En esta ocasión, en los SMS que recibí se hacían burlas porque el presidente había exigido disculpas al gobierno español y al Vaticano por delitos cometidos durante la conquista. Me encuentro de viaje en Asia en sitios con precaria conectividad y husos horarios a contra natura, por lo cual asumí que se trataba de una broma. Pero en algún momento me entró el mensaje de un querido periodista barcelonés, felicitándome con ironía porque catalanes y mexicanos estábamos hermanados, por fin, en la lucha en contra de la Corona española.
Intrigado me puse a buscar una conexión confiable. Cuando la encontré pude constatar que todo surgía de un planteamiento del propio presidente durante una gira por la península yucateca. Confiriéndole el beneficio de la duda, todavía en ese momento quise pensar que se trataba de una expresión tirada al paso o de plano de una “bomba yucateca”, la típica frase entre irónica y pícara que se suelta en una fiesta.
Luego resultó que López Obrador había enviado las ahora famosas cartas al Rey de España y al Papa.
No quisiera detenerme en el debate de argumentos éticos e históricos que se ha desatado en los últimos días. En México y en España ha corrido mucha tinta física y digital sobre la pertinencia o no de solicitar una disculpa por algo que ocurrió hace varios siglos. Me parece tanto o más importante abordar lo que ese planteamiento dice sobre López Obrador como político.
Primero, porque el envío de cartas elaboradas personalmente por el presidente a las cabezas de España y el Vaticano, sin pasar por una gestión diplomática profesional, habla de una concepción política voluntarista y personal, además de un desconocimiento de los protocolos internacionales. Todo habría tenido una connotación distinta si se hubiera explorado, a través de mediadores del servicio exterior de ambos países, la posibilidad de que España hiciera un gesto simbólico a favor de los pueblos indígenas, de cara a la conmemoración que se planea en 2021 al cumplirse 500 años de la caída de Tenochtitlán.
Eso le habría permitido al gobierno español la búsqueda de una fórmula y un texto conciliador para ese propósito. Una gestión discreta por parte de México para exhortar a España a apuntarse un logro diplomático y político en América Latina (la conquista de la región andina o del Caribe no fue menos violenta que la mexicana).
Segundo, el hecho de que López Obrador haya decidido en esta gira informar a la opinión pública de esas cartas, convierte a una acción poco diplomática en un acto hostil. La misiva es una petición, dura, sí, pero se mantiene en los márgenes de una gestión; la difusión pública de su contenido de manera unilateral, en cambio, la convierte en una acusación. El presidente puede tener poca experiencia en temas internacionales, y lo está demostrando, pero conoce a la perfección el mundo de la política.
Aquí y en China una acusación pública en contra de un actor que se precie solo puede provocar una reacción negativa. Políticamente el gobierno español no puede darse el lujo de parecer débil y ceder ante una acusación pública y tan poco ortodoxa, más allá de los argumentos históricos o éticos que la sustenten.
Y justamente esa es la parte que preocupa. El exabrupto ya no tenía ningún sentido salvo para la galera. El presidente sienta un mal precedente al dejarse llevar por impulsos justicieros aislados, absolutamente desproporcionados en términos de costo beneficio para su propia causa.
En la reparación simbólica del daño por parte de España había poca utilidad real y podía haberse conseguido con una gestión diplomática pertinente. En el pleito gratuito, en cambio, hay daños visibles porque se dificulta la construcción de confianzas mutuas con un gobierno socialista y potencial aliado en las confrontaciones internacionales en las que México podría verse envuelto en los próximos años.
Peor aún, acrecienta la incertidumbre en la comunidad internacional, mercados de inversión incluidos, pues se constata que los impulsos personales pueden dinamitar usos y costumbres internacionales o que carecen de una lógica desde cualquier punto que se le mire (por ejemplo, ¿por qué se recibió al yerno de Trump en los mismos días sin hacer un reclamo a Estados Unidos por la mitad del territorio perdido?).
Sigo pensando que México necesitaba rectificar los derroteros por los cuales nos habían conducido los gobiernos del PRI y el PAN en los últimos lustros, y atender las causas de la pobreza, la injusticia social, la desigualdad y la inseguridad, temas todos de la agenda de López Obrador. Pero va a conseguir muy poco si sigue enajenando voluntades, perdiendo el tiempo en infiernillos y abriendo frentes donde no los hay.