El más significativo de los cambios en el equipo peñista que fueron anunciados ayer fue el de Javier Lozano Alarcón, el panista de temporada que de un día al otro dejó su militancia blanquiazul para fichar en el equipo base de la campaña presidencial del Partido Revolucionario Institucional (en el que había militado durante largos años: subsecretario en dos distintas secretarías durante el zedillismo), con la misión expresa de combatir al virtual candidato presidencial panista, Ricardo Anaya, el épico llevador de hijos al colegio.
El vertiginoso saltimbanquismo partidista de Lozano Alarcón no merecería atención especial, a no ser porque constituye una confesión explícita de ánimos rijosos y truqueros en el círculo operativo del (pre)candidato José Antonio Meade Kuribreña (ya con los vociferantes y maquinadores Enrique Ochoa Reza y Aurelio Nuño parecería suficiente) y, además, porque confirma la proclividad de la franja calderonista a sumarse al abanderado tetracolor, el mencionado Meade que al verde, blanco y rojo agrega un desvaído azul de felipismo en desgracia.
El raudo cambio de camiseta de Lozano Alarcón (motivado por la pérdida de su esperanza de ser candidato del PAN a la gubernatura de Puebla, lo que le fue impedido por Rafael Moreno Valle, quien canjeó su finta de buscar la presidencia de la república por la candidatura al gobierno de Puebla de su esposa, Martha Erika Alonso) tiene un ingrediente irónico, pues el citado Javier fue vocero de la campaña del primer priista en perder su pase a Los Pinos, Francisco Labastida, y ahora será uno de los portavoces de Meade, que está en riesgo de no llegar a la máxima silla del poder político mexicano.
Respecto a los relevos en el gabinete de la administración federal, destaca la cuidadosa despedida oficial otorgada a Miguel Ángel Osorio Chong, el hidalguense que dejó la secretaría de Gobernación con una etiqueta de derrotado en la lucha por la postulación priista (asignada a Meade) y a quien la retórica de Enrique Peña Nieto y Alfonso Navarrete Prida (el nuevo titular en Bucareli) pretendieron trocar, en sendas ceremonias oficiales, en todo un campeón sin corona.
El hidalguense va por un escaño y un puñado de candidaturas para los suyos, entre ellos para Enrique Galindo Ochoa, el excomisario de la Policía Federal que también pretende llegar al Senado, a pesar de las cuentas pendientes por diversos episodios de abusos criminales de la corporación que dirigió (Nochixtlán, por dar un ejemplo, caso que lo tumbó del cargo, con osorista promesa incumplida de investigación y castigo).
El esmero utilizado para despedir de Gobernación a Osorio Chong (al estilo de los funerales de mafiosos) intenta mantener a favor de Meade la presunta ascendencia del hidalguense en segmentos priistas (en las encuestas de opinión siempre fue el mejor posicionado a nombre de su partido).
Además, en caso de naufragio de la opción Meade, Osorio Chong podría ser, desde el Senado, como coordinador de la bancada de tres colores en esa cámara, el personaje con más fuerza para sostener el estandarte priista desde la oposición (una reedición del rol jugado por Manlio Fabio Beltrones durante el calderonismo, si la aritmética electoral así lo permitiera).
Los nuevos secretarios de Estado no ofrecen ninguna perspectiva de modificación de las tendencias peñistas tan sabidas.
Alfonso Navarrete Prida es garantía de cumplimiento burocrático de las instrucciones de Los Pinos.
Recuperada Gobernación para el bando mexiquense, esa oficina tratará de cruzar, con modos priistas clásicos, las agitadas aguas electorales y postelectorales.
En la secretaría del trabajo, que ocupaba Navarrete Prida, fue nombrado Roberto Campa Cifrián, cuya especialidad en Gobernación ha sido la de jugar el papel del policía bueno, ahora comisionado para atender el ramo de los sindicatos y los patrones.
A la electoralmente estratégica secretaría de desarrollo social no llegó Vanessa Rubio, la subsecretaria de hacienda que ha sido parte del equipo central de Meade en diversas oficinas.
El cargo fue asignado a Eviel Pérez Magaña, un oaxaqueño que forma parte destacada del grupo del exgobernador Ulises Ruiz.
Como representante del ulisismo, Eviel forcejeó con el grupo de los Murat a la hora de nombrar candidato al gobierno de aquella entidad.
Hubo negociación: Eviel, senador con licencia, fue coordinador efímero de la campaña de Alejandro Murat Hinojosa y luego, en pago por haber dado vía libre a la imposición de este Murat, decidida desde Los Pinos, fue nombrado subsecretario de desarrollo social, con Meade como titular.
Ahora, ya como secretario, Pérez Magaña, priista a la vieja usanza, dará seguridad de que los fondos asistenciales sean utilizados para los fines electorales deseados por quien lo ha puesto en tal cargo, tal como lo habría hecho Luis Miranda, el compadre de Peña Nieto que, en medio de un gran desgaste, cedió la Sedesol para ir también en busca de la comodidad sexenal del Senado.
Morena asignó en Sonora la virtual candidatura al Senado a la periodista Lilly Téllez, conductora de programas en Televisión Azteca.
Además, en la Ciudad de México, postulará al actor y productor Sergio Mayer para una diputación federal por un distrito de Magdalena Contreras. Lilly es recordada por la polémica de lo que se mencionó como atentado en su contra, en el contexto de la acometida de esa televisora contra el gobierno de Cuauhtémoc Cárdenas, con Samuel del Villar como procurador de justicia, por la ejecución del comediante Paco Stanley. Mayer ha sido uno de los partícipes del espectáculo “Sólo para mujeres” y está casado con la actriz Issabella Camil.
Y, mientras el priismo pinolero extiende un manto mediático sobre el fondo del conflicto con el gobierno de Chihuahua: las diligencias ministeriales que confirman el desvío de fondos públicos para anteriores campañas electorales priistas, y la protección federal complicitaria que se brinda al exgobernador César Duarte, ¡hasta mañana!