El principal reto de Claudia Sheinbaum consistirá en hacer un buen gobierno sin que se note demasiado, sin levantar tolvaneras internas en un partido y en un liderazgo presidencial en el que no aceptan más que una figura fuerte.
De entrada, la científica metida a la política tiene bastantes fichas a su favor: es la primera mujer en llegar a la máxima responsabilidad ejecutiva en la capital del país, goza del aprecio y la confianza plena del jefe político, AMLO, y del círculo más cercano a este, y podrá aplicar y potenciar algunos postulados de avanzada contenidos en la primera constitución de México.
Su punto de referencia debe ser la gestión realizada por el propio López Obrador durante cinco años en que se sentaron las bases del crecimiento político y social, que llevó al tabasqueño al Palacio Nacional, con signos característicos de honestidad en el manejo del dinero público y un marcado sentido social.
El sucesor de AMLO, Marcelo Ebrard, cumplió en general (afectado por el caso de la línea 12 del Metro) y dio pasos fuertes en terrenos donde Andrés Manuel se había mostrado conservador, como la aprobación legal del matrimonio entre personas del mismo sexo y su derecho a adoptar hijos. Ebrard mantuvo una confrontación, incluso en el terreno judicial, con el máximo jefe de la ultraderecha mexicana, el cardenal jalisciense Juan Sandoval Íñiguez.
Antes, en 2007, al firmar la ley expedida por la Asamblea Legislativa del Distrito Federal para despenalizar la suspensión voluntaria del embarazo, Ebrard fue atacado por la jerarquía católica. El arzobispado primero de México, a cargo del cardenal, Norberto Rivera, lo declaró “fuera de la iglesia”, en una forma verbal con pretensiones de etiquetarlo como virtualmente ex comulgado. “Político que juega a ser dictadorzuelo” y que ha puesto “en riesgo su alma y salvación eterna”, le dijo ese arzobispado a Ebrard.
Pero, ahora, la científica Sheinbaum recibe una administración y una realidad degradada.
Por una decisión cupular de López Obrador y Ebrard, en 2012 fue designado Miguel Mancera como candidato de la “izquierda” a la sucesión.
Con un comportamiento social esperanzado y con mínima crítica izquierdista, igual que sucede actualmente con algunas decisiones de esa misma izquierda partidista llegada al poder presidencial, Mancera fue instalado como gobernante.
La administración de MAM fue pésima. Se mantuvo en constante entrega con Peña Nieto. Sus referentes fueron las élites económicas y políticas, dejando el manejo político de lo cotidiano a una camarilla en la que destacó un personaje tenebroso, Héctor Serrano, quien fue secretario de gobierno y secretario de movilidad, truculento encargado de “construir” en efectivo la presunta candidatura presidencial de Mancera.
Ante el cúmulo de problemas graves que hereda de la administración de Mancera y del tramo final, ejercido por José Amieva, y de la insuficiencia presupuestal para resolverlos de fondo, Sheinbaum tendrá que desplegar artes políticas de las que no ha dado una magistral muestra hasta ahora, caminante exitosa porque una mano superior la ha ido guiando.
Medidas, como la supresión del cuerpo de granaderos y de las fotomultas, generan una primera impresión positiva para la nueva gobernadora. Pero el cambio de fondo habrá de demostrarse, por dar dos ejemplos, en terrenos como la honestidad en la relación con las inmobiliarias y el castigo a corruptos.
A propósito de la desaparición de la figura de los granaderos será interesante si el gobierno capitalino va a prescindir de alguna forma de contención de movilizaciones públicas críticas o adversas a los poderes asentados en la capital del país. Es emotivo dedicar tal desaparición a las exigencias estudiantiles de 1968 y, desde luego, de entonces a la fecha tal corporación de granaderos ha tenido suficientes actos negativos para invocar el adiós a tal agrupación.
Pero la realidad política de nuestro país hace necesarias las fórmulas policiacas de control de multitudes, a menos que Sheinbaum crea que de pronto van a desaparecer las causas que motivan marchas, protestas y desbordamientos de violencia política. Ojalá no se esté en presencia de un mero cambio de etiquetas, como ha sucedido con la “desaparición” del Cisen, para convertirlo en una nueva agencia, bajo el mando del general Audomaro Martínez. ¡Hasta mañana!