El mensaje que ha enviado Enrique Peña Nieto, mediante los movimientos que autorizó a Aurelio Nuño Mayer y a Otto Granados Roldán, evocan las circunstancias difíciles del arranque de la candidatura presidencial de Luis Donaldo Colosio, las pretensiones de maximato de Carlos Salinas de Gortari y la colocación desde Los Pinos de una cuña en el desarrollo de la campaña priista de 1994 a través de Ernesto Zedillo, proveniente de la Secretaría de Educación Pública, luego candidato en relevo del ejecutado Colosio y posteriormente distanciado al extremo del propio Salinas de Gortari, éste siempre de ánimos controladores.
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Nuño Mayer y José Antonio Meade Kuribreña provienen de una misma matriz tecnocrática cuyo jefe ha sido Luis Videgaray Caso.
Pero Nuño optó por asirse abiertamente al propio Peña Nieto y validarse a título individual como una especie de ejecutor jactancioso, incluso fanfarrón, de las instrucciones y deseos del mexiquense que ocupa Los Pinos.
Recuérdese un ejemplo: un seis de diciembre, como éste en el que dejó la SEP (pero de 2014), en plena efervescencia de la resistencia magisterial a la reforma de ciertos temas de la actividad educativa, fue publicado lo que el entonces jefe de la oficina de la Presidencia de la República había dicho a los reporteros Luis Prados y a Jan Martínez Ahrenz, del diario español El País:
“No vamos a sustituir las reformas por actos teatrales con gran impacto, no nos interesa crear ciclos mediáticos de éxito de 72 horas. Vamos a tener paciencia en este ciclo nuevo de reformas. No vamos a ceder aunque la plaza pública pida sangre y espectáculo ni a saciar el gusto de los articulistas. Serán las instituciones las que nos saquen de la crisis, no las bravuconadas”
Ahora, Nuño (quien cumplirá 40 años de edad el próximo 12, día de la Morenita en el que Andrés Manuel López Obrador registrará su precandidatura a la Presidencia) será el contralor designado por Peña Nieto para supervisar la marcha de la campaña de un candidato sin partido, Pepe Toño Meade, que ha ido haciendo esfuerzos grotescos por ganarse la benevolencia del gran dinosaurio priista (“Háganme suyo”, pidió a la élite cetemista, en un giro verbal casi de pornografía política) y por agradar al máximo al Gran Dedo Elector, prometiendo fidelidad y multiplicando elogios que no se compaginan con las pésimas cifras de Peña Nieto en encuestas de opinión sobre su desempeño como gobernante.
Meade parece un rehén de las estructuras partidistas corporativas, de los intereses empresariales y financieros y de los eventuales arrebatos de un aspirante a jefe transexenal que parece dispuesto a manejar con cuanta rudeza crea necesaria el curso de la campaña electoral y de la imposición de resultados. Nuño, en ese proceso que apunta para ser tempestuoso, podría ser el vigilante, el enlace, el comisionado y, de ser necesario, un contrapeso político y, eventualmente, un relevo electoral (como Zedillo en el caso Colosio: siendo aquel la única carta presidenciable que había renunciado oportunamente a su cargo).
A esas y otras especulaciones ha abonado el hecho de que el relevo de Nuño en Educación Pública sea un salinista sin atenuantes, el citado Otto Granados, que fue poderoso coordinador de comunicación social en un tramo del gobierno de Carlos Salinas de Gortari, luego gobernador de Aguascalientes y embajador en Chile, entre otros cargos.
El concuño de Salinas, José Antonio González Anaya, ha estado a cargo del gran negocio del Seguro Social, del descomunal negocio de Petróleos Mexicanos y ahora es secretario de Hacienda, habiendo dejado a un subordinado al frente de Pemex.
También está la sobrina, Claudia Ruiz Massieu, como secretaria general del comité nacional priista, y José Carreño Carlón como director del Fondo de Cultura Económica.
En ese contexto, con esas cuotas vigentes para el salinismo, pareciera rudeza innecesaria añadirle a Meade un toque del Villano Favorito no solo al colocar a Nuño como coordinador de campaña (habiendo sido éste una pieza promovida por Salinas para ser destapada) sino, incluso, dejando Educación Pública para el subsecretario salinista recuperado, Otto Granados.
Como en 1994, la institucionalidad política está en crisis.
Los factores y circunstancias son distintos, pero el fondo del asunto es que se está entrando a un periodo de inestabilidad e inseguridad que puede tener derivaciones riesgosas.
La protesta de organizaciones sociales, defensores de derechos humanos e instituciones internacionales ha frenado el albazo que pretendían dar el PRI y sus aliados para aprobar en el Senado la Ley de Seguridad Interior que ya fue penosamente autorizada en la Cámara de Diputados.
La semana próxima aún se continuará “escuchando” las objeciones profundas a tal normatividad, pero no se ha extinguido la pretensión de sacar adelante dicha ley, acaso cuando esté por terminar el actual periodo de sesiones legislativas, con los mexicanos entregados a las fiestas de temporada.
Y, mientras un tuitero astillador ha sido considerado como el tercero de los “líderes de opinión” con más menciones durante el año que está por terminar, conforme a lo publicado en el portal de la revista Expansión (https://goo.gl/mp63NR ) y en la cuenta del especialista @japonton, en el siguiente orden en los quince primeros lugares: Epigmenio Ibarra, Aristegui on line, Julio Astillero, Denise Dresser, John Ackerman, Javier Risco, Jenaro Villamil, Joaquín López Dóriga, Brozo, Ciro Gómez Leyva, Carlos Loret, Denise Maerker, Enrique Galván Ochoa, Monero Hernández y Jorge Ramos
¡hasta mañana, sin saberse aún la suerte del (todavía) director del Seguro Social, Mikel Arriola, a quien se pretende empujar a la candidatura priista a jefe de gobierno capitalino, condenada obviamente al fracaso!