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noviembre 21, 2024

Astillero

AMLO: fortalezas y debilidades

Tocó el turno a Andrés Manuel López Obrador de formalizar lo largamente sabido y trabajado: su tercera candidatura en busca de presidir México.

Lo hizo de manera parecida a los “destapes” de José Antonio Meade en el PRI y de Ricardo Anaya en el frente tripartita, con todas las cartas procesales internas acomodadas para garantizar la viabilidad de su postulación y con promesas discursivas esperanzadoras para sus auditorios particulares.

En esta ocasión no va por el Partido de la Revolución Democrática (PRD) sino por un partido propio, casi personal, el denominado Morena.

Arranca en una posición privilegiada, como en sus dos intentos anteriores (aunque, en esta etapa de “precampaña” tal vez tenga un simulacro de opositor, José Francisco Mendoza Saucedo, quien fue capitán de marina mercante).

Y, ahora, a su franja de voto duro ha de sumarse el extendido descontento de quienes ya no desean más administraciones priistas o panistas, hasta ahora tan estruendosamente fallidas.

Una primera lectura podría sugerir que las condiciones para una victoria de López Obrador son más propicias que nunca.

No tiene contrapesos ni obstrucciones partidistas, como sucedió en 2006 y 2012, cuando hubo de lidiar con la voracidad de las corrientes perredistas, sobre todo la de Los Chuchos, y con las exigencias del Movimiento Ciudadano y del Partido del Trabajo (este acompaña de nuevo a AMLO, pero en una condición maltrecha, casi agónica)./

Además, la desesperación ciudadana potencia el rechazo a las opciones partidistas ya fracasadas (PRI y PAN) y fomenta de manera exploratoria la caracterizada por un viejo conocido en las urnas, el tabasqueño que en esta ocasión ha adelgazado notablemente sus planteamientos originales para cargarse hacia el centro o abiertamente hacia una derecha inconfesa, disfrazada de futuras consultas o encuestas sobre temas delicados (uno de ellos, la amnistía a infractores), sosegadora de inquietudes empresariales y bancarias y promisoria de amnistía a la clase política.

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De acuerdo con la fotografía política del instante, podría decirse que López Obrador cuenta con un apoyo popular que en un sistema mínimamente democrático debería llevarlo a la Presidencia de la República.

Sus adversarios se pelean por el segundo lugar, reconociendo la primacía de quien fundó y, hasta ayer, presidía Morena (en su lugar queda Yeidckol Polevnsky, operadora política rigurosamente apegada a la línea definida por el jefe): el PRI dice que la final será entre este partido y el de Regeneración Nacional, y el frente tripartita (PAN, PRD y MC) asegura que esta formación será la que pelee el triunfo frente a AMLO.

Las encuestas de opinión también muestran una tendencia sostenida a favor del exjefe del gobierno capitalino.

Justamente en reacción a tal fuerza y arrastre, que llevará muchos votos genuinos a las urnas, hay una especie de confederación de factores e intereses cuyo principal objetivo es impedir que llegue a la silla presidencial el nacido en Tepetitán, Tabasco.

El PRI-Los Pinos parece decidido a repetir el modelo de fraude electoral practicado exitosamente en el Estado de México para imponer al primo Alfredo del Mazo (si se confirma que Vanessa Rubio pasa de la subsecretaría de Hacienda a la titularidad de la Secretaría de Desarrollo Social, en sustitución del compadre Luis Miranda, será la seña inequívoca de que esa colaboradora de toda la confianza de José Antonio Meade volcará los recursos asistenciales a la campaña de tres colores).

Además, está en curso la consolidación del nuevo plan B, con Ricardo Anaya como simulación de la verdadera candidatura “antisistema”.

A pesar de sus firmes antecedentes de colaboración y complicidad con las políticas peñistas, el joven queretano se ha ido alejando estratégicamente de ese ámbito e incluso ha vivido un golpeteo mediático, relacionado con presuntos actos de corrupción, personales y familiares, que los mismos promotores oficiales no sostuvieron, dejando así al llamado “Chico Maravilla” en condición de víctima (con una resolución judicial, en primera instancia, a su favor).

El espejismo “antisistema”, en versión moderada, de la coalición electoral denominada “Por México al frente”, busca compartir con López Obrador la etiqueta contestataria.

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Los pilares de esa presunta oferta de cambio verdadero son panistas que ya han mostrado su ineficacia y sus complicidades en cargos de poder, perredistas acostumbrados a las negociaciones cupulares para fines particulares, y miembros de un partido, Movimiento Ciudadano, que como el Verde, el Panal y nuevas creaciones como el de Encuentro Social (PES, en tratos con Morena) juegan a las alianzas en planos subordinados, para mantener prerrogativas, financiamiento público y cargos negociados.

En medio del jaleo electoral ya muy definido en el primer plano, con tres opciones partidistas con fuerza estructural, y la probable participación en segundo plano del “independiente” Jaime Rodríguez Calderón, el Bronco, y tal vez de Margarita Zavala (reducida, por la realidad, a su verdadera dimensión), sigue adelante la pretensión (otra faceta de la confederación de factores contra el voto libre en 2018) de aprobar en el Senado, a como dé lugar, la Ley de Seguridad Interior.

Cada día se suman opiniones fundadas contra ese paso de militarización que en su defensa trata de imponer el tambaleante régimen. En todo caso, la marrullería de los controladores de la cámara de senadores ofrecerá algunos cambios en la redacción del texto polémico, para dejar tramposa constancia de que se “escuchó” a los opositores y se atendió el “diálogo”. Con esos “cambios”, el PRI y sus aliados senatoriales intentarán consumar el golpe este viernes, ya con la población metida en las celebraciones de temporada.

Y, viendo que Ricardo Monreal tuvo ayer una sigilosa reaparición en las filas morenas, durante el acto de registro de López Obrador como (pre)candidato presidencial, y que hoy dejará la jefatura de la delegación Cuauhtémoc, para sumarse a la campaña del tabasqueño, según eso, sin cargo alguno, ¡hasta mañana!

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