Andrés Manuel López Obrador pudo constatar una situación cotidiana inherente al periodismo: el riesgo que se corre de difundir con imprecisión.
Muchas veces él lo ha criticado, pero ahora que le tocó experimentarlo en carne propia, podrá entenderlo mejor.
En un “¿Quién es quién en las mentiras de la semana?”, la presidencia incluyó un artículo de la revista titulado “Gobierno mexicano espía a periodistas y activistas”, sin fijarse que era del 2017.
De antes de AMLO…
Forbes rechazó que su texto fuera “fake news”, y una semana después la administración federal le pidió disculpas en sus redes sociales.
López Obrador debe saber ahora que los medios, como él, pueden equivocarse, porque no son perfectos ni infalibles, y que existe una gran diferencia entre un error sin intención a insertar algo falso a sabiendas.
Pero más allá de eso, hay algo más importante tras el choque con las publicaciones: no son los temas o las personas los que los enfrentan, sino un derecho fundamental que el paisano defiende, al que no renunciará, y al que no estábamos acostumbrados en un presidente: a decir su verdad y a ejercer permanentemente su prerrogativa a réplica.
Ese es el meollo.
Independientemente de lo que cada mexicano opine a propósito de si AMLO tiene o no razón en cada materia u ocasión en la que se confronta con comunicadores, es un hecho que da la cara y respuesta a todo.
Preferible que los contraste de frente, como lo hace en Las Mañaneras -así fue con Jorge Ramos, de Univisión, con respecto al número de muertos por COVID-, a perseguirlos y encarcelarlos como lo hacían el PRI y el PAN.
Y DE MAÑANA…
EN QUINTANA Roo, el presidente Obrador observó desde el aire el avance del Tren Maya, pero también cómo el sargazo invade y azota las playas de la Riviera Maya, y las kilométricas filas de vehículos por el socavón de la carretera Cancún-Playa. El gobernador Carlos Joaquín González es una total inutilidad…