A ver si México y sus políticos, empresarios y su gente toman de este desafío, de los coletazos del presidente Donald Trump, la oportunidad para dejar a un lado las diferencias y unirse en las coincidencias.
Trump, que no es ni políticamente correcto ni incorrecto, sino más bien un empresario millonario con una mentalidad de negocios “time is money” se siente por encima de toda la jerarquía imparable para hacer y deshacer a su antojo; no es político, por ende, no tiene miedo de la jauría.
Pero eso no lo hace incontestable ni irrefutable, la nación que él lidera conserva el brillo militar que lo acostumbró a ser el policía del mundo después de la Segunda Guerra Mundial, por las dos bombas lanzadas sobre Japón.
A cambio ha perdido fortaleza económica, financiera y comercial, estamos hablando del país más endeudado del mundo, China y Japón son las economías que poseen la mayor compra de deuda norteamericana. El billete verde ha cedido poderío después de Bretton Woods, otras monedas han ido disputándose el control del sistema monetario internacional.
China es una economía cuyo PIB en diversos años, sobre todo después de 2000, ha superado en tamaño a la economía estadounidense y es el nuevo eje del comercio internacional. Son los inversores y comerciantes chinos los que se han reposicionado en América Latina.
¿A qué viene entonces el cuento de Estados Unidos, con su doble déficit gemelo, de imponer las condiciones amenazantes y unilaterales que no son otra cosa más que la expresión de la voluntad de Trump? ¿Qué haría Estados Unidos sin China y sin México?
En su tozudez, el magnate olvida que una guerra arancelaria es contraproducente primordialmente para el consumidor final dado que se le traslada el impacto del pago del arancel al producto.