Hace justo un mes gran parte de la población de Quintana Roo festejaba el triunfo en la gubernatura de la coalición opositora al PRI, una victoria que la misma ciudanía se atribuye y, por eso, la ha mantenido participando, como nunca, en las decisiones públicas que a partir de septiembre serán decididas por el gobernador electo, quien -así como se ejerce la política- tiene más ventajas y menos obstáculos de los que colectivamente se avizoran.
Carlos Joaquín gobernará con un Congreso en el que el PRI y sus aliados, Verde y Panal, tienen mayoría. Contar con esos votos será cuestión de estrategia en un sistema que otorga bastantes ventajas de negociación, sobre todo a un político formado en el PRI quien, fue evidente, no atacó en campaña a ese partido sino sólo al régimen que gobernó en Quintana Roo durante los últimos 12 años.
Bastante ventaja de negociación para él sería también que su hermano Pedro Joaquín, actual secretario federal de Energía, fuera elegido presidente del PRI nacional dentro de los nombres que se manejan para suceder a Manlio Fabio Beltrones, quien renunció después de que su partido perdió en 7 entidades el pasado 5 de junio. Pedro Joaquín, en cambio, era presidente de ese partido cuando recuperó, en 2012, la Presidencia de la República.
Carlos Joaquín ha dicho que no espera militar en el PAN ni en el PRD, mientras sus ex copartidarios no han dejado de verlo como uno de ellos, es decir, priista. El sistema político le otorgará, además, como gobernador, una amplia ventaja para negociar con presidentes municipales. Lo más probable es que una vez que ejerza el poder, PAN, PRD, PES, Panal y Verde respalden sus iniciativas, igual que muchos del PRI y aun de la actual estructura de Morena.