Hasta antes del año 2004 el país de Singapur era lo que hoy vemos en nuestro México: violencia creciente, asesinatos, abuso de poder, violación de derechos y corrupción; ese país era proclive a estas conductas por su cercanía a China y Malasia.
Después de ese año todo cambio, pues llegó un gobernante que se dio a la tarea de limpiar la casa: pena de muerte y trabajos forzosos a criminales confesos, así como a todo político corrupto; se permitió dar a conocer el nombre de los violadores e incluso televisar los juicios; ante éste tipo de acciones Amnistía Internacional le condenó debido a las formas tan drásticas de llevar a cabo la justicia; sin embargo, el país se ha convertido en uno de los menos violentos, ha disminuido su número de reclusos de 50 mil a sólo 50, tiene un nivel académico interesante: su Universidad ocupa el número 30 del ranking internacional; sus trabajadores tienen una excelente capacitación y los inversionistas se sienten seguros de poder operar sus empresas en el país.
Obvio que la maldad no se erradica pues es propia del ser humano, siempre habrá una lucha por detentar el poder, pero Singapur ha dado ejemplo de lo que debe hacerse cuando la situación ya es insalvable. Tales medidas son difíciles de tomar, sobre todo cuando se trata de aplicar la pena de muerte; la Comisión de Derechos Humanos al igual que otras instituciones internacionales, siempre estarán al acecho de que no se lastime a nadie aun cuando éste haya sido cruel con su prójimo, ya fuese privándole de la vida o quitándole su sustento a través de la malversación de fondos públicos o de cualquier otra forma que podamos imaginar.