Bien podríamos cambiar nuestro México en éste momento de manera radical, con resultados que permitieran cambios reales, pero para ello se necesita un verdadero líder, alguien cabal, alguien que mantenga una moral digna de seguirse, alguien que ponga el dedo en la llaga y logre cicatrizarla.
Por mala ventura, nuestro México aún no está maduro para tales cambios, la sociedad en general aún se muestra sensible cuando se habla de la pena de muerte, pese a lo que se sabe a ciencia cierta de la vida dentro de los mal llamados Centros de Readaptación Social (CERESOS), que distan mucho de serlo: centros de venta de droga, de zonas de estrategia para robos, secuestros, asesinatos, etc.
Las cárceles son el sitio donde la corrupción se hace patente a cada momento y donde el dinero de los ciudadanos es desperdiciado asquerosamente en una gran parte de la escoria humana pues habrá quienes estén ahí de manera inocente.
Es necesario llevar a cabo programas que concienticen a la sociedad sobre la necesidad de erradicar el mal, de aceptar la pena capital como parte de una limpieza de la sociedad, bien es conocido que una manzana podrida pudre a las demás, y en nuestro México ya existen miles de frutas podridas que contagian rápidamente a las nuevas generaciones y por otro lado, es obligatorio que la ciudadanía se dé cuenta que es momento de formar un contingente contra la delincuencia: denunciando, votando, proponiendo, cuidándose solidariamente en las colonias, tomando precauciones extrema, recelando al extremo tal que los malhechores se la piensen antes de llegar a perder su vida. ¿Podríamos lograr tal actitud? ¿Estamos dispuestos a sacrificar?