Que Carlos Salinas se manifieste contra el populismo no es novedad, aunque lo haga en tono provocador e insinuante que motiva risas.
A eso se ha dedicado desde que tiene voz pública privilegiada y, peor aún, desde que usurpó la silla donde se decide el destino de los mexicanos.
La historia moderna de este país tiene un antes y un perverso después cuyo parteaguas lleva su nombre.
Salinismo es sinónimo de neoliberalismo, es decir, privatizaciones, abusos, corrupción, fraudes, inseguridad, crimen organizado, concentrados de riqueza insultantes, desregulación laboral, pobreza y hambruna desbordadas.
En síntesis: capitalismo salvaje.
Por ello lo realmente destacable de sus declaraciones es que, muy horondo, pontifique para que “dejemos de lado ese neoliberalismo que significa abusos del mercado y un individualismo egoísta y posesivo”.
Eso fue lo que dijimos miles de mexicanos desde entonces. Lo dijimos en voz y con el voto, aunque lo hayan escamoteado.
Muchas veces saliendo a la calle.
Algunos más, como los indígenas de Chiapas, lo hicieron de manera menos amigable. Muy listo el “desempleado” Salinas tomando distancia de su propio desastre una vez concluida la obra.
Aunque pensándolo bien, tratándose del populismo, tal vez Salinas se está refiriendo en esta ocasión a otro populista transfronterizo y no al nacional que suponen las apariencias.
¿A Obama, será, que se reconoció como tal en las narices de Peña Nieto? O más probable ha de ser al populista radical de derechas, Donald Trump, quien ya amenazó con tirar al cesto de la basura la que Salinas considera su gran herencia histórica: el Tratado de Libre Comercio para América del Norte.
¿Salinas le teme a un demonio que lo supera?
Sonría y preocúpese Subcomandante Marcos-Galeano; el menos pensado puede terminar por hacer la tardía tarea.