A mis ojos todo empezó el día que el gobernador Borge dio a conocer la lista de seis suspirantes de la cual saldría su sucesor, según sus planes. Deliberadamente no incluyó a Carlos Joaquín González. Identifiqué un error grave en la estrategia: si lo quería eliminar la lógica imponía que debería incluirlo, envolverlo y desecharlo; de lo contrario y dado el contexto, Carlos podría libremente confrontarlo, polarizar la contienda y ganarle la partida, en caso de que se decidiera.
La mesa estaba servida. De inmediato busqué hacer contacto con Carlos, mediante amiga común, para hacerle personalmente la pregunta. Su respuesta fue tajante: iría por todo. No se detendría. En esta ocasión no habría mediaciones ni concesiones. La buscaría por el PRI y en caso de negarse lo haría por la oposición. La valoración de las condiciones y posibilidades de éxito era precisa. Ahora o nunca. Sonó rotundo y convincente, aunque algunos más a quienes se los dijo no le creyeron hasta que lo vieron. Tuvo razón. Lo demás ya es historia.
He podido decirle en campaña que en las condiciones actuales personificar la necesidad social del cambio y ofrecer oportunidades para todos es un compromiso enorme. Que no hay alternancia que sirva sin una alternativa que indique con claridad hacia a dónde vamos. Que la tarea no es de caudillos sino de equipos y que es necesario motivar la organización y la participación autónoma de la sociedad. Los retos adquiridos son múltiples. Se abre un nuevo tiempo. Para hacer coincidir los votos con los deseos, desde la sociedad habrá que acompañarlo en los esfuerzos por superarlos, si se asumen en serio.