Existen dos crisis factibles que el Partido Revolucionario Institucional enfrenta en estos momentos: la de la federación que gobierna y la que emana del interior de su propia estructura.
No hay más; no hay excusas ni mentiras que puedan suavizar una realidad que incontenible e imposible de disimular. Y es que las que ayer parecían grietas que con unos “brochazos” se tapaban, hoy son un estropicio que anuncia su derrumbe.
El conflicto magisterial en Oaxaca, que ha desencadenado un movimiento social a nivel nacional, ha demostrado –una vez más- la inconformidad del pueblo sobre las formas del ‘tricolor’ al frente de una encomienda como la que el presidente Enrique Peña Nieto asumió con mucha confianza, pero con poca visión, en el año 2012.
Una imagen manchada de sangre e irresponsables gestiones durante los últimos años, han significado que el PRI haya perdido la gubernatura en varios estados en las pasadas elecciones (incluyendo a Quintana Roo); condenando el poderío y omnipresencia que les brindaba el lujo de manejar a su antojo los hilos de este resentido país.
La renuncia de Manlio Fabio Beltrones a la dirigencia nacional del ‘tricolor’ se interpreta como un preámbulo para renovar la imagen del mismo y, como diría Raymundo King de la Rosa, representante del partido en Quintana Roo, el día de ayer, “recobrar la confianza de la ciudadanía”.
Es renovarse o morir para el PRI. Y –siendo objetivos- hará falta más que una simple “lustrada” para ponerse nuevamente en la jugada, de forma digna y derecha, y traer de vuelta la simpatía de la gente.
Habrá que “foldear” esta mano, aceptar el no muy grato previsible escenario, volver a repartir las cartas y replantear la jugada. Y por “cartas”, entiéndase “representantes” y “estrategias”.