Hablaba en mi columna anterior del desgaste político y social que refleja la caída de la imagen del gobernador Carlos Joaquín González cuando se están cumpliendo los primeros seis meses.
También decía que, pese a la falta de resultados, los quintanarroenses aún confiamos en Carlos Joaquín, porque únicamente él tiene la autoridad delegada para enderezar el rumbo de lo que está sucediendo en el Estado que se encuentra bajo el signo de la violencia, inseguridad y como “zona liberada” del crimen organizada, pese a la presencia de fuerzas federales.
Ahora, también es cierto que no es sólo el primer mandatario el que sufre un desgaste a su figura ya que, toda la política está desprestigiada; el sistema político esta desvencijado en su actual situación.
Si a esto sumamos lo destructiva que es la competencia política deberíamos ir pensando en implementar cambios y, en esto, todos los actores de la vida cívica debiéramos ser agentes activos de un cambio cultural que cambie la forma de hacer política.
Una de las premisas para mejorar la política debería originarse en que se modifiquen las leyes electorales y evitar así las elecciones intermedias de esta forma, quien gobierna dispondría de un mínimo de dos a tres años para poder generar políticas públicas y, al mismo tiempo evitar estar en competencia con los adversarios de su gestión.
Si se reformaran las leyes y, se evitaran las elecciones de medio término y, todos los miembros del Poder Legislativo fueran elegidos junto con el Poder Ejecutivo, en los tres niveles de gobierno, y se unificara la duración de sus respectivos mandatos, sólo habría elecciones cada vez que se elige presidente, gobernadores o presidentes municipales. Así, cada gobierno tendría todo su período libre de competencia electoral.
La ciudadanía pero también los propios políticos, deberían ser los primeros y los más enfáticos promotores del cambio. Si continúan como hasta ahora mezclando las actividades de gestión inherentes a sus cargos con las actividades partidarias y proselitistas; mientras sigan realizando reuniones políticas en los despachos donde ejercen como gobernantes o como legisladores; mientras sigan alentando que al oponente le vaya mal para que el ciudadano los elija no por lo que proponen sino por la ineficiencia del contrincante, la práctica política seguirá dominada por la destrucción.
La política debe estar protagonizada por valores de cooperación y diálogo, por la separación de intereses entre partidos y gobiernos, por la noción de bien público. Si una agrupación política no se rige por estas normas elementales, su verdadero objetivo no será poder alcanzar el bienestar colectivo sino, conseguir beneficios a sus dirigentes y, en vez de acordar políticas de Estado con otros sectores, busca destruir la credibilidad y legitimidad de quien gobierna.