Este jueves hubo un ataque doble, y al parecer coordinado de dos coches bomba en Turquía; apareció una estatua de Donald Trump desnudo en pleno Manhattan; y la nave más grande del mundo realizó un vuelo de algunos minutos en Inglaterra; pero la nota que llamó la atención en el plano internacional fue acerca de un video en el que aparece un niño de 5 años, sentado en una ambulancia, tras sobrevivir un bombardeo en Alepo, la zona más conflictiva de Siria.
Ese rostro polvoriento y ensangrentado, del niño que se toca la carita y se queda quieto, esperando a ser atendido mientras era acribillado por los flashes de varias cámaras, cautivó los titulares tanto de medios impresos y digitales.
El niño de apenas cinco años salió de entre los escombros de una vivienda tras los bombardeos, presuntamente rusos, en una tierra que tiene tres horas diarias de tregua. Tres horas al día en los que no hay bombardeos, tres horas de vida al día y 21 horas de muerte y desaliento…
No hay necesidad de simular. Los conflictos armados en el Medio Oriente y sus colindancias con Europa son tan frecuentes que en el Occidente ya es común leerlas todos los días. Sin embargo, el rostro de Omran Daqneesh sensibiliza a los lectores simplemente porque se trata de un niño, y en esos casos es imposible no aterrizar los hechos con nuestros propios niños, e imaginarse lo desgarrador que debe ser vivir en Siria en estos tiempos aciagos.
Sí, en México tenemos nuestros propios conflictos, la cochina corrupción que ensucia todo a su paso, como un gigantesco tsunami que pulveriza todos los sectores dejando desechos a su paso, incluso en temas deportivos y educativos. También hay hambre y guerra, la del control de las drogas, pero no bombardeos diarios como los de Alepo.
Omran tuvo suerte, en ese mismo ataque murieron ocho personas, cinco de ellos niños, igual que él, igual que nuestros niños, que son los menos culpables de los problemas de los mayores.
