En términos gráficos, discursivos y políticos, Enrique Peña Nieto pareciera no ser capaz de leer con precisión el pulso social mexicano (y, junto a él, en desafortunadas réplicas políticas, los gobernadores y los miembros del gabinete federal), en particular el relacionado con la más reciente de las tragedias, la derivada del sismo de la semana que acaba de pasar.
Padece de especial descrédito el formato de las reuniones de cúpulas administrativas que rinden parte de las muchas cosas buenas que dicen estar haciendo para resolver determinado problema, vacuo ceremonial al que se agregan largas intervenciones oratorias del ocupante de Los Pinos para dar por constatados los informes alegres de sus subordinados o para encontrar detalles y omisiones que le llevan a encargar, de buena o mala manera, que se subsanen los errores y los funcionarios del caso redoblen esfuerzos.
Los aparatosos recorridos de zonas en desgracia se han convertido en trampolines para la propaganda de los gobernantes, inmersos en la realidad popular durante asomos tan efímeros como insustanciales, a veces más caro el costo de los traslados y movilizaciones oficiales que el monto de lo que se llegara a distribuir como ayuda entre los damnificados (comprobadamente falsas muchas de las promesas de reconstrucciones, inversiones y rehabilitaciones). Ayer, Peña Nieto reincidió en esos formatos que terminan provocando más irritación que alivio: planteó “objetivos”, trazó “rutas” de trabajo e incluso encomendó a los ciudadanos que sean ellos quienes no permitan que haya “lucro” con la tragedia.
El Partido Acción Nacional se ha quedado con dos de los principales cargos directivos del poder legislativo federal. Pero, irónicamente, esa fuerza está repartida entre dos grupos crecientemente antagónicos: el calderonista, que con procedimientos altamente impugnados fue colocado por el PRI en la presidencia de la mesa directiva del Senado, en la persona de Ernesto Cordero (a quien sus propios compañeros de partido acusaron de traidor), y el anayista (por Ricardo Anaya) que, luego de una escaramuza que retrasó la designación de la correspondiente mesa directiva (por el tema del pase automático del #FiscalCarnal), ha instalado a Marco Antonio Cortés Mendoza en la presidencia de la Junta de Coordinación Política de San Lázaro.
El avance panista en el organigrama legislativo obedece a las negociaciones entre partidos, conforme a reglas no escritas y acuerdos cumplideros a la palabra. Con las dos designaciones (Cordero y Cortés) se fortalece la ilusión óptica de que los dos principales partidos en el escenario político son el PRI y el PAN (relegando a Morena, cuya fuerza en ascenso podría tener la adecuada proporcionalidad en la integración de las cámaras a partir de la elección del año próximo).
Además, el PRI progresa en su proyecto de dividir las filas de sus opositores, dando posiciones a representantes de dos corrientes panistas en guerra. Recuérdese que, consciente de su condición desventajosa ante el electorado, el Revolucionario Institucional alienta todas las opciones que signifiquen división entre sus adversarios, en busca de ganar la próxima presidencia a partir de ser la mayor de las minorías.
Pero, mientras sube de tono la temporada electoral, hoy, en la cámara de diputados, deberá cumplirse el mencionado pacto entre partidos que decidió tumbar el pase automático de Raúl Cervantes Andrade a la Fiscalía General de la Nación. El triunfo de Ricardo Anaya, quien aportó la mayor masa no votante de diputados (a la que contribuyeron PRD y MC con sus legisladores) para impedir la instalación rutinaria de la directiva de esa cámara, le está resultando especialmente costoso, pues exacerbó el ánimo de los calderonistas en su contra (ánimo ya de por sí bastante envenenado). Margarita Zavala y sus familiares políticos han entrado en una fase de desesperación ante el desplazamiento que van sufriendo, conforme avanzan maniobras anayistas como la sucedida en la cámara de diputados y, además, con la aparente vía libre para el Frente Ciudadano por México, que en el último lugar de sus preferencias conciliadoras tendría a la esposa del controversial (por decir lo menos) Calderón.
En el flanco del partido Morena va llegando a su fin el episodio de discordia que ha tenido como personajes en el foro a Claudia Sheinbaum y a Ricardo Monreal, pero, fuera de escena y al mismo tiempo en primer plano en términos políticos, la figura de Andrés Manuel López Obrador y su proyecto de llegar a la presidencia de México.
Este lunes, el zacatecano Monreal salió a los medios de comunicación para dejar constancia de que está por dejar las filas del partido lopezobradorista, convencido de que no hubo voluntad política eficaz para atender su señalamiento de que fue sumamente irregular, inaceptable, la presunta encuesta de opinión pública que dio como ganadora a Sheinbaum en la fase partidista previa a su postulación a la candidatura a gobernar el gobierno capitalino.
La muy prevista salida de Monreal ha desatado ácidas críticas de parte de militantes de Morena que le acusan de traición política y le auguran pésimos resultados electorales si decide ser candidato a jefe del gobierno capitalino por otros partidos. Está por verse la respuesta que llegue a organizar el experto en peregrinar entre siglas partidistas. Pero, más allá de las pasiones de lo inmediato, lo cierto es que López Obrador pierde a un aliado y Morena se enfrenta por primera vez a una escisión trascendente, en un momento político en que pareciera imprescindible mantener la unidad, de cara al difícil proceso electoral de 2018, sembrado de minas a las que ahora habrá de sumarse el factor Monreal.
Y, mientras el compadre Luis Miranda, secretario de desarrollo social, contra la lógica y la ética, sigue acumulando puntos negativos, esta vez al saberse que en una gasolinería, propiedad de una hermana y un cuñado, se expende combustible robado, ¡hasta mañana!