Lo dijimos a tiempo: el “pato” Donald Trump es un chivo en cristalería: quiebra y destruye cuanto está a su paso. Pero, igualmente, su condición de farsante le acompaña a poco más de mes y medio de asumir la presidencia de la nación con mayor poder financiero y militar de todos los tiempos. Hagan sus cuentas, revisen las crónicas de los grandes imperios que han sido, y lleguen a sus propias conclusiones.
Luego de sostener una bravata, políticamente incorrecta, contra la señora Clinton a quien dijo encarcelaría el primer día de su gobierno, se retractó en la redacción del The New York Times, uno de los periódicos más influyentes del orbe, aun cuando días antes había puesto en capilla, literalmente, a la libertad de expresión con reprimendas, fuera de lugar, a quienes no apostaron por él como si se tratara de una advertencia a priori. Jamás había vivido peores tiempos la prensa estadounidense.
En cambio, no hay variante respecto a su guerreo con Latinoamérica y específicamente con México. Insiste en cerrar el Tratado Transpacífico de inmediato con las más severas consecuencias para nuestro comercio; y en la misma vía se coloca contra el TLC aunque alguien debió explicarle que los beneficiarios mayores son ellos, los estadounidenses, quienes se benefician del mercado de América del Norte con precios mucho menores por el ahorro en insumos y gracias a la mano de obra barata de los “indocumentados”.
Trump aprende… pero no supera sus manías.
El propósito separatista de California, considerada la sexta economía a nivel mundial y la mayor de los Estados Unidos de América, va en serio, atizada naturalmente por los latinos avecindados allá y por la intolerancia exhibida por los republicanos contra esta amplia región formada no por inmigrantes, sino por los tratados miserables que restaron la mitad de su territorio a nuestro México.