Cuba es tema inevitable. Para el Caribe mexicano la vecindad se conecta no sólo por ser punto de arribo de migraciones legales o inesperadas con ruta hacia el norte, sino porque la reciente apertura cubana con los Estados Unidos ha prendido focos de advertencia sobre la competencia turística que progresivamente se puede desencadenar en la región debido al interés, la curiosidad y el morbo que la isla despierta en los viajeros estadounidenses (y no solo en ellos).
Cuba ha tenido que bajar la guardia en su rigidez económica y en el discurso antiimperialista abriendo opciones para tratar de captar capital externo, incluido el norteamericano. No obstante, la apertura en ciernes es insuficiente y su gobierno ha tenido que anunciar esta semana nuevas medidas de restricción económica debido a la falta de liquidez en sus finanzas y a dificultades en el suministro de petróleo.
Apretón de cinturón para una esperanza desilusionada. Le dieron a oler la posibilidad de crecer sin tocar las fibras del poder y de tajo se la cierran: el lobby anticubano en la Cámara de Representantes de los EU acaba de conseguir que aborte una enmienda que permitiría a los estadounidenses viajar libremente a Cuba y también impuso nuevas sanciones para quien realice transacciones con la isla. En ello van juntos republicanos y demócratas.
La buena voluntad tendrá que esperar. La cara amable del vecino gigante tiene como trasfondo la sonrisa socarrona de una sorda guerra económica que pasa por Caracas y rebota en La Habana. El objetivo final evidente es tirar a los dos gobiernos. Los sienten heridos.
Tranquilidad pasajera, pero tranquilidad al fin, para quienes han estado temiendo la avalancha de visitantes hacia Cuba. Por cierto, ¿en qué quedó aquello del puente turístico entre el Caribe mexicano y Cuba para ser destinos comunes y complementarios?