Los mexicanos estamos acostumbrados, muy acostumbrados, a discontinuidades en cualquiera de nuestros ámbito de vida. El sistema mismo funciona de esa manera. Son interrupciones que parecieran necesarias en nuestra estructura social.
Y no vayamos muy lejos, ahora con el cambio de gobierno nos podemos percatar: todo se paraliza en las diferentes instituciones; el presupuesto no fluye, la burocracia se abigarra, se empantana, nadie sabe qué pasará, hay un suspenso administrativo, todo indica que la función seguirá pero hasta nuevas instrucciones; demarcándose tajantemente la discontinuidad. Si vas por placas para tu moto o automóvil, no hay; pago de becas a estudiantes, menos; dineros a los proyectos de tercera edad, excavaciones, mujeres desprotegidas, etc., se encuentran en un veremos; y así se continua con la incapacidad de la continuidad.
Nuestras familias reproducen el sistema que se les enseñó, hay discontinuidad en las reglas de casa, en las relaciones de pareja, en los estudios, en el gasto, en los acuerdos tomados, en la vida misma.
En el sector laboral la dinámica se continúa discontinuamente: Cambios de centro de trabajo de forma invariable; discontinuidad en los estados de ánimo del jefe, irregularidad en los formatos establecidos, en las instrucciones dadas, en los pagos y extras.
¿Cómo puede funcionar un país así? ¿Cómo le hace México para avanzar? Sencillamente así funciona, no hay más. Un estilo segmentado, fraccionado. Ciertamente el sistema lo establece, marca las pautas a seguirse en cada ciudadano, trasladando todo al plano de la normal cotidianeidad. ¿Quién tendrá la culpa de tales interrupciones dentro del sistema?