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octubre 07, 2024

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México está triste

México está triste, con esa peculiar tristeza que sentimos los mexicanos, donde las lágrimas se entrecruzan con canciones, bromas de nosotros mismos, indignación hacia los políticos, mezcales, porras, comida, abrazos, manos que ayudan y que sostienen.
“No hay nada más pesado que la compasión. Ni siquiera el propio dolor es tan pesado como el dolor sentido con alguien por alguien para alguien multiplicado por la imaginación prolongado en mil ecos”, decía Milán Kundera, en ‘La insoportable levedad del ser’. Más de mil ecos han surgido en esta semana después del terremoto del 19 de septiembre. Un nuevo terremoto devastador, justo 32 años después, muestra por qué dicen que México es un país surrealista.
Del sismo de 1985 aprendimos que nadie nos iba a rescatar si no nos rescatamos nosotros mismos. Aprendimos de construcción, de protección civil, de prevención y simulacros, tanto que hoy nos duelen más de 300 muertes en la CDMX, en comparación con las más de 9 mil de entonces, según cifras oficiales. Es distinta también la respuesta desde el primer minuto: ciudadanos, sociedad, pero también la Marina, el Ejército, la Policía, personas que, en estos momentos, a pesar del uniforme, solo son y se sienten como mexicanos.
Después de tanta injusticia, corrupción e impunidad en estos 32 años, estamos convencidos que la ayuda debe entregarse de mano en mano, a través de cadenas humanas entre ciudadanos, con el código de barras tachado con plumón permanente y mensajes de ánimo como #FuerzaMéxico #NoEstánSolos y “chin… a su madre el que se lo robe”, porque bien sabemos que algunos políticos saben aprovecharse de una tragedia.
Al igual que en 1985, esta semana se evidenció que México no son ellos, somos nosotros, la gente. Habíamos olvidado que somos capaces de sentir la compasión de Kundera, esa que “significa saber vivir con otro su desgracia”, esa que en esta semana nos ha hecho voltear a ver a extraños y sonreírles, agradecerles, preocuparnos porque hayan comido. Una compasión que nos hace ser de nuevo comunidad y que nos muestra que es posible un México diferente, uno en que sobran voluntarios para quitar escombros.
Apenas terminó el terremoto, brotaron contundentes ecos que levantan piedras, que compran para donar, que regalan lo que a ellos mismos les hace falta, que cocinan para los que rescatan, que instalan su trompo de tacos al pastor en el derrumbe para regalarlo, que buscan incansablemente herramienta que debería de proveer la autoridad, pero que ya no esperamos que lo haga.
El temblor se llevó y cambió vidas. La ciudad se ha transformado, roto, y con ella nos ha transformado a todos, a los supervivientes que no queremos regresar nunca más al México de la indiferencia.

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