La consigna frecuente para las citas de negocios o sociales es la puntualidad, ese hábito poco común revela el nivel de educación y respeto para con los demás; sin embargo, la ausencia de puntuales está recibiendo complacencia y tolerancia para evitar la fricción en las relaciones públicas, para algunos es prudencia, para los impuntuales el reclamo es un gesto quisquilloso de quienes si cumplimos con los horarios.
Las estadísticas del tiempo perdido no pueden fijar a ciencia cierta la cuantiosa merma económica que representa la impuntualidad, minutos, horas y días enteros se suman a la fuerza de la costumbre sin reparar en ese costoso desperdicio, las reglas de cortesía son meras anécdotas en charlas de café o el consuelo de quienes nos quedamos esperando a alguien en un punto de reunión. Somos pocos, muy pocos los que seguimos tomando en serio el valor del tiempo, los que creemos que la palabra empeñada es más que un simple acuerdo de reunión, algunos seguimos confiando en que es una muestra de formalidad y seriedad en lo que hacemos.
Bajo la excusa de que los demás también llegan tarde, los eventos sociales, políticos y de negocios ya contemplan los tiempos de espera desde la organización, entre las historias de grandes fracasos de empresarios mexicanos en el extranjero, son incontables las que se debieron a esa informalidad, así pues, en un mundo tan globalizado, es importante reeducarnos y evitar convertirnos en simples mártires de la impuntualidad.