En otros tiempos el fantasma político e ideológico procedente del extranjero contra el que las élites hegemónicas de los Estados Unidos desataban todas sus furias para contenerlo era el comunismo soviético. Terminada la Guerra Fría, con la desaparición de la Unión Soviética, pareció que ese eje del mal dejaba de ser el enemigo más importante y pasó a ser sustituido en el imaginario colectivo por los diabólicos “islamistas” en cualquiera de sus versiones.
Sin embargo, una observación detallada de los temas que están a debate en la disputa por la presidencia de ese país nos deja ver que los asuntos conflictivos de Medio Oriente no forman parte del altercado interno. Todas las partes están de acuerdo en identificarlos como asuntos militares a resolver y los candidatos no se atreverían a acusarse entre sí de ser pro jihadistas, talibanes o islamistas. A pesar de las profundas diferencias ideológicas con los musulmanes (y de las pretensiones religiosas de los radicales islámicos que quieren derrotar a los Infieles de occidente para convertirlos) no se entiende esta como una confrontación cultural sino militar.
Tampoco son los chinos, con su invasión inversionista por el mundo, quienes dan dolores de cabeza a los interesados en apoltronarse en Washington. Hablando de espionaje, es el ex miembro de la KGB (la agencia de inteligencia soviética) Vladimir Putin quien parece estar interfiriendo en el futuro de “América”. Para empezar esta semana, el controvertido candidato republicano Donald Trump está siendo acusado por su contraparte -con elementos propagandísticos que resultan muy convincentes- de ser utilizado como marioneta por parte del presidente ruso, quien pretendería influir para desestabilizar el estable sistema de vida norteamericano. Un sorprendente y genial golpe que inaugura esa etapa de las campañas en la cual la democracia electoral no distingue propuestas sino amarillismo, golpes bajos y guerra sucia.