Los partidos políticos alrededor del mundo están heridos de muerte y pareciera que no hay marcha atrás. Este tipo de organizaciones jerárquicas han sufrido fuertes sacudidas a consecuencia de las nuevas tecnologías y dinámicas sociales propias de nuestros tiempos y, sobre todo, a su falta de coherencia y eficiencia en su actuar político.
Casos como el de Estados Unidos en el que Trump llegó a la presidencia utilizando la plataforma republicana con propuestas y métodos totalmente alejados a su tradición como partido, o la más reciente victoria del independiente Macron en Francia sobre todos los partidos tradicionales nos demuestran que el hartazgo y el cansancio ciudadano hacia los partidos es una tendencia global.
Sin importar bajo qué ideología fueron fundados o qué tipo de políticas se jacten de defender, en la práctica los partidos tienden a convertirse en semilleros de corrupción y lambisconería, en el que generalmente son aquellos que menos escrúpulos tienen quienes llegan a sobresalir.
En México, quizá lo más doloroso de todo para el ciudadano común y corriente, es que somos nosotros mismos quienes financiamos sus mítines y asambleas fantasma a través de nuestros impuestos. Contrario a lo que sucede en Estados Unidos, donde son los miembros afiliados y simpatizantes quienes financian a los partidos, en México es el Estado el que garantiza su financiamiento.
La asignación presupuestal por decreto a los partidos políticos surgió como una medida para supuestamente garantizar igualdad de condiciones en las contiendas políticas, pero, como toda regulación , esta medida no alcanzó a prever sus verdaderas consecuencias; esto vuelve a los partidos en excelentes negocios y botines políticos en los que perder elecciones, engañar a una parte del electorado, pactar con rivales ideológicos, pasar desapercibidos y no hacer nada (literalmente) son generadores de utilidades para sus corruptos dirigentes.
Por si lo anterior fuera poco, tenemos una serie de partidos que no representan ninguna verdadera contraposición ideológica de fondo. Es decir, si bien existen ciertos matices en cuanto a sus agendas políticas, al final todos se auto-conciben como un grupo de “salvadores del pueblo” que necesitan hacer uso de la maquinaria estatal para lograr sus objetivos de “bienestar social”. En México tenemos como principales partidos a organizaciones que no terminan por representar ninguna alternativa realmente ciudadana.