Dentro de unos días –el domingo 9–, en los Estados Unidos volverán a recrearse con el circo a dos pistas del debate entre candidatos a ocupar la Casa Blanca; de ganar el “pato” Donald Trump, seguramente la regia mansión victoriana podría convertirse en hotel de cinco estrellas mientras el supuesto mandatario disfruta de mejores vistas en su torre insolente de Nueva York; pero si la ex primera dama, Hillary Clinton, avanza de manera definitiva, entonces podremos esperar que los jardines comiencen a parecerse a los envidiables de Versalles con el dinero de sus patrocinadores de alcurnia, sobre todo los armamentistas, apurados por mantener el ritmo bélico en las zonas conflictivas del planeta.
Más allá de las descalificaciones –a Trump le llovieron por racista, xenófobo, evasor de impuestos federales, misógino; y a Clinton le señalaron sus sonados traspiés en la larga crónica del surgimiento del Estado Islámico además de su ya conocido teléfono celular propio por el cual daba órdenes durante los cuatro años en los que fue secretaria de Estado en la administración Obama–, lo preocupante para México, y todas las demás naciones dependientes del gran imperio occidental, fue el posicionamiento de sendos aspirantes respecto a sus presuntas políticas exteriores:
Hillary, con talante más moderado y con cierto estilo burlón, definió que buscaba el liderazgo de los Estados Unidos… y el del mundo. Así, con todas sus letras, como si en noviembre próximo todo el globo terráqueo pendiera de los votos de los estadounidenses. Además, sin rubor alguno, consideró, de hecho, que su mandato no reduciría las guerras cuyo planteamiento es un candado para la seguridad de los EU.
2.- Bueno, y Trump se desbordó, sin el menor recato y sin modificar la soberbia que refleja un semblante sometido a la restauración permanente de células para disimular sus setenta años de edad. Dijo, nada menos, que si EU juega el papel de “policía del mundo”, por cuanto se considera su deber acudir al “rescate” de los pueblos oprimidos.