Hace dos años participé en un foro político y, entre el público, un hombre me dijo: “nos hubieras regalado aunque sea una sonrisita”. Me pareció una de esas sutilezas, comentarios (“no es acoso, es que le amo”) o “chistes” (“mientras pese más de 39 kilos, ya es mayor de edad”) que están siempre ahí, sosteniendo una violencia que emerge como un iceberg en donde, en la punta, están los asesinatos de mujeres que aquí, en Quintana Roo, se contabilizan a un promedio de dos por mes.
Esa fue, sin embargo, una ínfima sutileza comparada con la desvalorización que padeció la gimnasta Alexa Moreno sólo por su físico, y no su desempeño, en las Olimpiadas de Río. Fue una sutileza ínfima también, comparada con el intento de unos periodistas por valorar a Cynthia Dehesa, enlace de Transparencia y Anticorrupción en el gobierno electo, repitiendo que “bueno, está muy guapa”, aunque haya sido la más incansable promotora de la Ley de Transparencia y Acceso a la Información Pública, que no sólo es una web, sino una oportunidad para reducir la corrupción, impunidad, violaciones a los derechos humanos; para mejorar la vida de las personas.
Sobre esas sutilezas se van asentando expresiones francamente violentas: “Hay mujeres que necesitan, porque son histéricas, ser violadas”, comentó hace días el cantante Gustavo Cordera, quien, además, calificó de “aberración de la ley” que sea delito tener relaciones sexuales con jovencitas de 16, refiriéndose a alguien como él, de 54 años. Con estas expresiones el abuso a menores y las violaciones dejan de ser delitos para convertirse en fuentes de placer, y la atención y justicia a las víctimas quedan anuladas.