Parafraseando una afirmación utilizada por la parte más típica y folclórica de la clase política mexicana se puede decir:
“promesa de campaña que no se refleje en el presupuesto es pura demagogia”
. (Aquí se sustituye “amistad” por “promesa de campaña”). Puesta así, la frase debiera ser una máxima obligatoria para tener presente en todo nuevo gobierno.
Ser un gobierno ligado a la gente, cuyo perfil característico sea de corte social, atendiendo a los sectores más vulnerables, es la voluntad expresada públicamente por el gobernador Carlos Joaquín y esperamos que sea la causa que convoque durante el sexenio a muchos empeños. Dicha intención, siguiendo la frase mencionada, deberá reflejarse en el presupuesto. Al final del período de gobierno esperaríamos ver a uno consolidado con presupuestos de claro sentido social y, más aún, con efectivos Presupuestos Participativos.
Tendrá que ser progresivo, claro está. Pautado pero firme. El punto de partida es difícil no solamente por el deterioro financiero en el que se recibe el gobierno sino porque las estructuras presupuestales previas, que regularmente sirven de base para las siguientes, distan aún de la orientación social que se pretende. Eso nos lo muestra u
na revisión al vuelo de los Presupuestos de Egresos de los años anteriores. Por ejemplo, la Secretaría de Desarrollo Social recibe un monto menores a la décima parte de lo que se destina a la Seguridad Pública. Deja ver un tajo coercitivo y de control por encima de la atención a las causas. Abatir las carencias sociales supondría invertir esos términos.
Pero, en ultima instancia, no son los números crudos los que importan por sí mismos, sino el asegurar las garantías de su aplicación eficaz. La vigilancia social tiene esa llave.