El hecho de que una señora haya matado a sus dos hijos para luego quitarse la vida es la prueba más fehaciente de la descomposición social que permea en Cancún, de la grave patología que existe en una ciudad en franco declive, en donde la gente es arrojada al abandono.
Y es que para las autoridades de los tres niveles de gobierno una persona sólo existe a la hora de votar y sus programas sociales se dedican sólo a brindar supuestos apoyos alimentarios, quizá a becas escolares con útiles y hasta a recortar el pasto del jardín frente a su casa.
Pero no hay programas de valores, de moral, de unión familiar que conciencie a la persona sobre el amor a sí mismo y el respeto hacia los demás.
En Cancún, como muchas otras ciudades del país, la gente es arrumbada a diminutas viviendas en donde se pierde el espacio vital, y es en el mismo seno del hogar donde surge tanta violencia, donde se sale tanta gente resentida y proclive al pandillerismo, a la drogadicción, a la prostitución y al narco.
Este es el Cancún de hoy, producto de tanta corrupción de la autoridades durante muchos años con las desarrolladoras de vivienda, a las que les permitieron crear estos agujeros.
No se necesita un estudio muy profundo para descubrir que la señora era víctima de una psicosis tal que, abrumada por sus condiciones en general, tomó una decisión cegada y enfermiza.
Es tiempo de cambiar los conceptos de apoyo social del gobierno para realmente ocuparse de la persona, de la familia y crear un nuevo tejido.
La descomposición social deja evidencias muy claras como esta, sumamente hiriente para todos quienes de alguna manera somos sus vecinos.
Cancún no merece esto que se está viviendo.