Las jocosas incidencias del caso del ex mandatario veracruzano, Javier Duarte de Ochoa –escapista al más puro estilo de Houdini aunque, como a éste, no faltará quien le aseste un golpe al pecho, descuidándolo–, arrancan con su temprana solicitud de licencia, el martes 12 de octubre, día de la raza, a través de un noticiario de televisión, un hecho insólito en la vida institucional de este país. Ya sólo falta que los mensajes presidenciales se den en un foro similar, utilizando los platós televisivos y sin el fondo del Palacio Nacional.
Quienes huyen son, por lo general, culpables y miedosos. Pero quienes se quedan, como hizo el ingeniero Jorge Díaz Serrano en 1982, son escarnecidos hasta las mayores consecuencias y aun demostrando su inocencia y sin que se les sentencie durante más de cinco años, en violación clara a la Carta Magna. Otros, ni siquiera pueden defenderse ante el alud de la mafia judicial que comienza desde el pináculo de la Corte.
No es Duarte el primero en irse a pesar de las graves acusaciones emitidas. Suele ocurrir que, como dijo el tontín Osorio Chong, el gobierno no tiene la “varita mágica” para luchar contra la inseguridad… y a impunidad –esto lo agrega el columnista–. Pues le contradecimos, sí la tiene: basta con decir las palabras mágicas: cero tolerancia y #cerocobardía. Haciendo a un lado la corrupción, los intereses cupulares, los acuerdos soterrados y las complicidades partidistas, además de no brindar refugios impenetrables –como los del viejo extinto cervera, en el caso del quintanarroense Mario Villanueva Madrid, y el propio cacique hidalguense–, sería posible evitar las fugas de los pollitos de sistema destinados para la engorda dentro de algunos años cuando la amnesia y la actitud mercenaria de los medios masivos lo posibiliten.