El ambiente tóxico se volvió impúdico. El gran manto de impunidad que permite el abuso de la autoridad y nada lo castiga parece haber cubierto a todo el espectro de los participantes en la institucionalizada lucha por el poder; entiéndase electoral. La nota del columnista Álvaro Delgado en la revista Proceso, “López Obrador, cómplice de la corrupción” pone el sello en una serie de acontecimientos que lo demuestran. No porque AMLO sea el contrapeso a una imagen de corrupción que ya nos desborda por todas las fronteras, sino porque pretendió serlo (con notable nivel de éxito) a los ojos de los grupos sociales más vulnerados, desesperados y hartos con la situación actual.
Decretar la amnistía anticipada para quienes él mismo ha catalogado como “la mafia del poder” no es más que el corolario de una serie de ablandamientos políticos que lo que realmente demuestran es su desesperación frente a sus imposibilidades evidentes. Nos sorprendió en los días que decidió poner candidatos a modo del juego priísta en las elecciones de este año y en diferentes entidades, de las cuales Quintana Roo fue una proverbial bofetada hasta para sus históricos seguidores más fieles. En el marasmo de las confusiones (y los magros resultados) que prosiguieron el perfil que muestra hoy su propuesta partidista tiene un rostro, por decirlo suave, indeterminado.
Nos volvió a sorprender cuando le propuso a la “mafia del poder” que se estableciera un gobierno de transición incluyente para cerrar el último tercio de este gobierno; pero de mayor impacto fue que nadie le hiciera caso. No lo necesitan para darle continuidad a un sistema pactado entre tres que todavía soporta todos los huracanes internos. Y ahora esto: repartiendo indulgencias que nadie le ha pedido. Aquí mismo dije con anterioridad que todo apunta para que AMLO no aparezca en las boletas electorales del 2018. Los nuevos hechos lo ratifican.