Seguramente la historia tiene la culpa de que no se exija desde un principio una actitud honesta en los servidores públicos y por el contrario se regodean en un orgullo de fatuidad perversa.
¿Quiénes le han ayudado a perderse en este mar de poder? ¿Quiénes han contribuido a hacerles creer que su palabra es potestad? La misma sociedad. Esos pensamientos de engrandecer a unos y minimizar a la gran mayoría nacen del corazón de cada mexicano, es una estela histórica que nos ha pesado a lo largo del tiempo.
Ya en los pueblos prehispánicos se llevaba a cabo un sistema de sometimiento y exaltación por parte del grupo en el poder relacionándose con deidades que les provenían de autoridad y luego, pasamos a la Colonia donde los españoles supieron aprovechar ya las estructuras de relación social que se venían dando para imponer las cuestiones de raza e imposición de jerarquías aún más marcadas, como si fuesen seres superiores a los indígenas y demás grupos sociales que se fueron formando.
Y ya para la época independiente las diferencias se perpetuaron acrecentándose hasta nuestros tiempos. Hoy, nuestras actitudes de no denuncia, de no reclamo, de no exigir justicia son imposibles pues se enfrentan a una muralla de supuestas diferencias en el statu quo donde los servidores públicos creen entrar en una esfera de mayor jerarquía equivocando completamente el verdadero papel que su misma determinación establece: servidor público.
Ellos no son más que cualquier otro habitante de un lugar, tienen más responsabilidades que cualquiera pues su deber es servir, organizar, sistematizar y llevar a cabo proyectos en bien de quienes les han elegido.