Una extraña combinación de poderes (Televisa, secretaría de Marina y el secretario Aurelio Nuño) colapsó ayer, entre crujir de pantallas, cuando resultó insostenible el relato fantasioso de una niña inexistente, a la que se hizo llamar Frida Sofía, cuyo imposible rescate con visos de heroicidad quedó finalmente en la nada.
Millones de mexicanos fueron atrapados durante largas horas por la narrativa de suspenso que desarrolló Televisa a través de una reportera colocada en el lugar de los hechos, Danielle Dithurbide (quien llegó a estar 28 horas seguidas en ese sitio), bajo la conducción en estudios (en diversos momentos y en parejas alternadas) de Denise Maerker, Joaquín López-Dóriga y Carlos Loret de Mola.
El caso “Frida Sofía”, que desde la noche del miércoles ya presentaba fisuras y contradicciones de las que no se desmarcó oportunamente Televisa, desplazó de las pantallas de esa empresa las acciones vigorosas de rescate que se realizaban en otros puntos de la Ciudad de México, en una obsesión focalizada en el plantel Enrique Rébsamen que resulta inexplicable desde el punto de vista periodístico, aunque no en la búsqueda de altas audiencias a partir de una dramatización estimulada.
Además de la voracidad por los índices de audiencia, pudo advertirse incluso la búsqueda gubernamental de generar un “triunfo” propagandístico a través de una hazaña rescatista bajo control de la secretaría de Marina (que hizo a un lado a rescatistas civiles y voluntarios) y con la también extraña presencia, durante más de diez horas, de Aurelio Nuño, secretario de educación pública, quien de manera inexplicable, e incluso gravemente desatenta respecto al resto de escuelas en problemas, parecía programado para esperar ese desenlace victorioso junto al que podría tomarse gráficas de alto impacto positivo en la opinión pública.
El corte escénico, sin embargo, fue de escándalo. La conducción del tema había estado siempre a cargo del Oficial Mayor de la Marina, José Luis Vergara, convertido en fuente directa y rectora de las palabras y datos que iba difundiendo Televisa. Con cargo a esa especie de boletinero oficial en exclusiva se tejió la historia de una niña, a la que se quiso llamar Frida Sofía (hay otra Frida heroína, una perra de búsqueda que con un letrero de “Marina” en el lomo ha salvado ya unas 25 vidas humanas) y a quien se habría suministrado oxígeno y agua a través de una sonda. Incluso se habrían llegado a escuchar sus palabras (se decía cansada y con cinco niños más) y a detectarse un movimiento de dedos.
El drama del edificio escolar caído, y del esfuerzo heroico por encontrar la manera técnica de rescatar a una niña con vida (y tal vez cinco niños más), tenía como contrapunto que nadie sabía más de esa niña, no había constancia de su adscripción escolar y tampoco había padres o familiares que la buscaran o esperaran. Aún así, hubo momentos en la transmisión de Televisa en los que se aseguró que ya estaban allí, a unos metros de la reportera televisiva, los familiares de la niña, en espera del inminente rescate. Incluso se dijo que los padres o familiares preferían no revelar nombre y apellidos de la niña ni mostrar sus caras.
El desplome de la historia estuvo a cargo del subsecretario de Marina, con una frase que ha confrontado a esta secretaría con la poderosa empresa televisiva: “Quiero puntualizar que de la versión que se sacó con el nombre de una niña, nosotros nunca tuvimos conocimiento de esta versión, nunca tuvimos conocimiento de esta realidad, estamos seguros de que no fue una realidad, ya que, repito, se corroboró con la delegación, con Educación Pública y con la escuela y todos, la totalidad de los niños, están identificados. Desgraciadamente algunos fallecieron, otros están en el hospital y otros están sanos y salvos en sus casas”.
Con justa razón, Loret de Mola y Maerker, quienes transmitían a la hora del descontón marino, puntualizaron que su fuente informativa permanente había sido la propia secretaría de Marina, a la que exigieron que esclareciera el sainete. A fin de cuentas, se consideró que lo sucedido era de lamentarse y se inscribía en el contexto de los errores informativos que se producen en momentos críticos.
Del secretario de la esperanza, Nuño, no se supo nada más, de trascendencia, hasta la hora de cerrar la presente columna. ¿Por qué se mantuvo durante tantas horas ese secretario en una sola escuela en la que Televisa mantuvo montadas cámaras y reportera especial, con una toma que ya parecía fija, viendo hacia el sitio donde se esperaba la aparición de la niña rescatada? ¿Qué tenía de especial esa escuela y esa historia para anclar ahí a quien se considera uno de los dos finalistas de la decisión que tomará Peña Nieto sobre la próxima candidatura presidencial del PRI?
La narrativa de la niña fantasma hizo recordar un episodio con similitudes, sucedido en 1985. Luego de aquel sismo, ya en octubre, comenzó a crecer la historia de un niño, Luis Ramón, llamado Monchito, quien habría ido a pasar la noche del 18 de septiembre con su abuelo, a una vecindad del rumbo de La Merced, donde lo habría sorprendido el terrible estremecimiento de la tierra.
A pesar de los días pasados, comenzó a promoverse la versión de que bajo los escombros de la casa del abuelo podría estar Monchito. Rescatistas creyeron encontrar signos de vida, un especialista argentino dijo que no había signos de muerte, se mencionó que había respuesta del niño, pedida mediante la emisión de uno o dos golpes ante preguntas de si era un adulto o un pequeño, y la historia tomó vuelo. El caso concentró la atención de medios nacionales e internacionales.
El once de octubre se determinó que no había nada. El caso Monchito sirvió al omiso Miguel de la Madrid para aparentar cierto carácter ejecutivo después de que la sociedad civil se había echado a cuestas la respuesta inmediata ante la tragedia. ¡Hasta el próximo lunes, en este país que ha pasado en años recientes por los casos Paulette, Florence Cassez, la verdad histórica y Frida Sofía, una especie de Monchito segunda parte!